Los errores de la derecha y la ultraderecha en América Latina, y en México, van de extremo a extremo. En ambos lados que se han colocado obtienen resultados contrarios a sus expectativas. Durante décadas, y debido al imperio de la Doctrina Monroe, más conocida como América para los americanos, los Estados Unidos impidieron cualquier gobierno de corte contrario al capitalismo; es decir, de izquierda. Algo que muchos llaman socialismo. El derrocamiento del presidente chileno, Salvador allende en 1973, es el ejemplo más conocido de la injerencia norteamericana para imponer su famosa doctrina en defensa de su predominio en el continente. Siempre se opusieron al colonialismo europeo, pero buscaron afanosamente imponer el suyo sobre todos los países de Centro y Sudamérica. Para sus fines, los sucesivos gobiernos de los Estados Unidos contaron con el apoyo de las oligarquías locales convertidas en dictaduras.
En su famosa Escuela de las Américas, se formaron los militares que pronto asumieron el poder en sus países de origen, convirtiendo a la región en poblaciones dominadas por el terror y de todo tipo de violaciones a los derechos humanos. Llegó un momento que todos los países vivieron bajo el control de gobiernos dictatoriales. Argentina, Brasil, Nicaragua, Paraguay, Uruguay, Chile, Perú, El Salvador, Guatemala, fueron el modelo de socio preferido por los presidentes norteamericanos. Eran momentos de gozo y apoyo mutuo con dictadores de esos desafortunados países. México no fue la excepción. Los Estados Unidos toleraron la simulación democrática del sistema político mexicano. Así como sostuvieron la dictadura de Porfirio Díaz, alimentaron el dominio del país de un solo hombre, mejor conocido como el presidencialismo. Elecciones simuladas o fraudulentas no generaron ningún impacto si eran garantía de continuidad del modelo de gobierno que diera vigencia a la Doctrina Monroe.
Al país inspirador de la Constitución Mexicana y modelo de la democracia liberal, nunca ha importado la democracia ni el respeto a las libertades plenas de los ciudadanos. El fondo siempre fue evitar el crecimiento de los gobiernos progresistas o de izquierda que pusieran en duda su liderazgo y peor aún, que se atrevieran a impulsar relaciones de cercanía política y económica con la Unión Soviética, líder del socialismo internacional. Por eso los gobiernos emanados del Partido Revolucionario Institucional (PRI) tuvieron el visto bueno para su larga estancia en el poder presidencial. Condición que también favoreció la llegada de los gobiernos del Partido Acción Nacional (PAN). Con unos y con otros quedaron a salvo los aparentes riesgos de que México buscara alianzas fuera del control norteamericano.
La oligarquía mexicana se valió de ese seguro político otorgado por los Estados Unidos. Si la marginación y el atraso del país se incrementaban no era importante, lo relevante era que prevaleciera el dominio y control de cualquier movimiento social progresista. Unos cuantos de los llamados empresarios se apropiaron de la riqueza nacional; a cambio dejaban que la llamada familia revolucionaria priista hiciera lo que quisiera con el poder político. Su ambición desmedida, al estilo del zarismo ruso, acumuló reacciones de rechazo entre amplios sectores de la población. El enojo social creció y el pueblo acudió a las urnas a expresar ese malestar. Primero se manifestó votando en favor de la propuesta política panista, pero los resultados esperados fueron desastrosos, derivando en el pesado lastre de la inseguridad que padece el país. Su incapacidad en la toma de decisiones fue la variante que los quitó del poder presidencial; regresó el llamado nuevo PRI con un gobierno de debut y despedida. La corrupción acabó con la continuidad priista. La consecuencia fue la victoria del primer gobierno progresista en la historia de México al que culpan de populista, de acabar con el modelo económico y al que ahora invocan en su alianza electoral como el objetivo a vencer y, si se da la ocasión, derrocarlo.
Para su desventura, el nuevo gobierno es reconocido como socio por los Estados Unidos. Ellos esperaban que enviara marines a la frontera o al territorio nacional con solo decir que México iba al comunismo. Lo otro es que el nuevo gobierno no acabó con el modelo económico ni con la economía del país; lo que quitó fueron sus privilegios, negocios y abusos en el reparto del presupuesto público. Por eso la derecha está en el extremo equivocado. Son una alianza de intereses particulares y eso no constituye un movimiento que agite a las masas ni despierte el interés del pueblo en calidad de elector. Tienen la brújula perdida. El gobierno del presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, no va al comunismo; lo que sí es más probable es que los de la alianza vayan al abismo. Sus creadores darán ese paso solos. La militancia de los partidos aliados no ven como suya la coalición. Simplemente no los tomaron en cuenta.
Fuente: https://8columnas.com.mx/opinion/oposicion-anti-amlo-cuantos-son-pa-no-contarlos/