“Un viejito llegó sólo a ventanillas a preguntar cuanto le daríamos por sus becerros”.
Para la sociedad mexicana, las casas de empeño son un lugar común que no se limita a las épocas de crisis económica. Quienes llegan ahí, normalmente no lo hacen por gusto, tal vez ni siquiera por elección, en su lugar se podría decir que es la desesperación las que los orilla a dejar sus objetos de valor, a pesar de no saber si algún día volverán por ellas.
El Nacional Monte de Piedad es el estandarte de esa necesidad. Establecida en 1775 con el mote de Sacro y Real Monte de Piedad (es decir, que tenía la bendición de la iglesia y la corona española) se erigió como una institución dedicada a la asistencia social mediante préstamos en efectivo a cambio de empeños, e incluso más tarde durante el gobierno de Benito Juárez sería catalogada como un establecimiento de beneficencia pública.
Con más de 200 años en funciones, es hoy una de las marcas mejor cimentadas en México y el mundo, además de un modelo industrial tan efectivo que se replica en casi todo el mundo. Gracias a los más de 9 millones de préstamo en efectivo que realizan a lo largo del año, según sus propias cifras, no es casualidad que las casas de empeño se hayan multiplicado a lo largo del país. Montepío Luz Saviñón, Prendalana, Predamex o Presta Prenda son sólo algunos que, como el Monte de Piedad, alimentan el negocio de la desesperación.
Para conocer un poco más sobre las peripecias que, dentro de sus sucursales se han vivido, así como su funcionamiento, Letra Roja platicó con un extrabajador, cuyo testimonio abona a pensar que tanto el Monte de Piedad como todos los negocios con este giro se han atiborrado los bolsillos de dinero a costa de la pobreza normalizada del país.
“El verdadero negocio no es que la gente pague a tiempo lo prestado y regrese por su presa, sino el refrendo, hay quienes refrendan tantas veces para no perder sus objetos que terminan pagando más de lo que les prestaron en su momento”, afirma Alonso, quien pasó casi 20 años detrás de una ventanilla de atención.
No todo lo que es oro brilla
Se dice que el primer empeño realizado tuvo lugar el mismo día de su apertura y se trató de una joya envuelta en diamantes por la cual su dueño recibió alrededor de 40 monedas de oro. Mientras el empeño tuvo lugar en febrero de aquel año, sería hasta agosto del mismo cuando la recuperaría, como si vaticinara la dificultad que actualmente representa recuperar una prenda en tiempos de vacas flacas.
Así le sucede a la mayoría de las personas que empeñan. Alonso exempleado del Monte, asegura que con sólo verles la cara sabía a cabalidad quien empeñaba por necesidad y quien, por salir de un apuro menor, quienes regresarían algún día y a quienes nunca más pisarían el establecimiento.
Según cuenta había todo tipo de clientes, a todos los trataba con la misma cordialidad institucional que ordenaban sus cursos de inducción, pero no pensaba lo mismo de todos. Con un breve cruce de miradas y una disimulada inspección a sus movimientos corporales, detectaba a los que de plano empeñaban para poder comer o salir de un apuro crucial como un pariente enfermo. La mirada perdida y la prisa por irse era, cuenta a Letra Roja, lo que más los delataba.
La repetición de esos patrones lo orillaban a pensar una serie de barbaridades: ¿Cuántos hijos tendrán esas personas? ¿Dónde vivirán? ¿Habrá perdido su trabajo? ¿Qué va a comprar con el dinero? ¿Acaso ropa, alimentos, medicinas o será para pagar la renta? Con el paso de los años, aprendió a sincronizar perfectamente sus pensamientos mientras trabajaba, aunque por alguna extraña razón siempre sentía una especie de angustia la cual procuraba no se transformara en lástima o indiferencia como tantos otros de sus compañeros.
Casi toda su “carrera” en la empresa la pasó en una sucursal de Álvaro Obregón donde asegura que vio casi de todo. “Uno aprende a identificar a los que lloran de verdad y a los que avientan lágrimas de cocodrilo”, platica sobre los que llegaban con los ojos inundados, con la intención de que sus lágrimas revalorizaran las prendas, aunque éstas sólo tuvieran un valor sentimental.
Y es que cuando la necesidad es el único móvil, se hace hasta lo imposible por conseguir dinero, o al menos eso cree que pasó con un señor que entró arrastrando una carretilla sucia de cemento y un puñado de herramientas encima, el cual debió salir tal como entró: sin dinero.
En 2005, en el mes de enero, durante el cual hay más flujo de gente por la famosa cuesta, una mujer con semblante de preocupación, entró con una esclava de oro en la mano. Antes de que la pieza pasara las pruebas de rigor como limarlas o aplicarles ácido nítrico, para certificar su autenticidad, ella comenzó a contar de su padre enfermo con ganas de llorar. La “joya” en realidad era chapa de oro, y en cuanto le hizo saber que no podía recibirla la mujer estalló en cólera los acusó de ser un fraude.
“Primero me comenzó a gritar y decía que era un mentiroso, que quería otra prueba o que alguien más la atendiera, tuvimos que hacer una frente a ella para que viera, pero no entendía y hasta se puso a llorar”, recuerda entre risas. Norma era el nombre de la mujer, la recuerda a la perfección pues cuando salió le gritó que eran unos “ojetes”. “Ni es su dinero, no puedo creer que no me puedan dar, aunque sea 50 pesos”, vociferó enojada al salir.
Hasta con las chivas
Casos como los de la señora Norma son de lo más común, asegura Alonso. Pero la lista de objetos raros que las personas buscan empeñar no se limita a joyería pirata. Entre las cosas que él o sus compañeros de sucursal recibieron, están: playeras de futbol y tachones autografiados por algún jugador profesional; taladros, sierras, motosierras, plantas de luz, revolvedoras de concreto, vajillas y hasta libros, como si se tratara del famoso reallity show El precio de la historia.
Otra ocasión, tuvo que ir a una sucursal de La Magdalena Contreras y presenció una escena que califica como chusca. “Un viejito llegó sólo a ventanillas a preguntar cuanto le daríamos por sus becerros”. Creyó que bromeaba, pero el anciano señaló hacia la puerta y tras ella se veía una camioneta tipo pick-up con dos bueyes de arado montados.
“Me quería reír, pero el señor estaba tan desesperado por sacar dinero que hasta me hizo sentir mal”. En lugar de la mofa, le recomendó una casa de empeño en la Álvaro Obregón donde podrían darle algo a cambio de la camioneta.
Dinero, dinero, dinero…
Alonso comenzó a trabajar en el Monte de Piedad en 1996, casi un año después del famoso error de diciembre y la devaluación que acabó con el patrimonio de millones de familias. Los relatos que los pocos compañeros sobrevivientes de esa época le contaron son deprimentes. “Me dijeron que hasta marzo del 95 las filas eran enormes, algunas tiendas incluso ampliaron sus horarios para atender a todos los que buscaban empeñar para subsistir.
A la distancia, no reniega del empleo que tantos años le dio de comer a él y a su familia, pero cree que esos momentos de crisis son aprovechados por el Monte de Piedad para aumentar sus fondos.
Y sentencia: “Te apuesto a que si hay otra devaluación los que más se beneficiarían serían las casas de empeño, por ahí escuché que algunas planean montar tiendas en sierras y montes para que los campesinos que encuentran oro se los vaya a dejar (…) ellos viven de los apuros en que se mete la gente”.