Una ciudadana me cuenta feliz: yo tengo un auto modelo 2000, y en el estado de México me lo verifican con doble 0 y circulo todos los días. En el estado de México, la verificación es una burla. Te tramitan alta, las placas -incluyendo la verificación- por unos 3,800 pesos sin siquiera llevar el auto a un Verificentro ni presentar ningún papel original. Imagine el nivel de transa que ya se hace en esta ciudad para “regularizar” todo tipo de vehículos.
Cuando desperté el ozono seguía ahí… Casi treinta años después y los capitalinos volvemos a sufrir las consecuencias de tener una deplorable calidad del aire. Ésta se deriva de la relajación de medidas ambientales para controlar las emisiones, un caótico diseño de políticas urbanas para desarrollar el transporte público suficiente, pero sobre todo por los elevados niveles de corrupción que laceran todas y cada una de las instituciones de la ciudad.
Recuerdo esa mañana de mil-novecientos-ochenta-y-pico cuando amanecimos con la terrible noticia de un grupo de pájaros muertos en el D.F. La alarma se generalizó y debido al temor a que cayeran también ancianos, niños y deportistas fue imperativo reducir los niveles de plomo en la gasolina que alegremente nos vendía Pemex. Fueron meses de zozobra.
Luego vendría la famosa “inversión térmica” y todo tipo de propuestas para reducir los niveles de contaminación atmosférica. Desde megaventiladores en varios puntos de la ciudad hasta túneles en el Ajusco (al menos eran más creativos los políticos de entonces). Finalmente, se impuso el famoso “Hoy no circula”, como una suerte de sacrificio semanal en aras de alcanzar un aire “más limpio”. Ya todos sabemos lo que pasó después…
De mil-novecientos-ochenta-y-pico brinco al presente.
En una suerte de caprichosa coincidencia he tenido que recorrer el Via CrucisBurocrático de tratar de hacer trámites en los “Módulos de Control Vehicular” de esta H. Ciudad justo en las semanas que explotó la crisis ambiental. Las horas invertidas y los desastrosos resultados obtenidos me permiten confirmar el porqué dichas dependencias son controladas y dominadas por el mundo de los “gestores”; simplemente no hay forma de que un ciudadano de a pie, que debe trabajar al menos ocho horas diarias, pueda dedicar tantas horas semanales en vueltas, filas y más vueltas para tratar de resolver un trámite que se antoja sencillo… ¡Es laboralmente imposible!
Haré la historia lo más breve posible. Tras meses de sufrir el acoso de policías en las calles de esta megalópolis, entre otras razones, porque portaba placas de unaentidad poco céntrica, me harté de ser el objetivo central de mordelones y decidí viajar hasta esta alejada localidad para dar de “baja” las placas de mi vehículo con la esperanza de convertirlo oficialmente en un automóvil chilango y parar de sufrir.
Para mi sorpresa el trámite fue bastante fácil: pedir informes, pasar al área de aclaraciones, pasar a la caja, pagar mis adeudos, entregar mis placas y obtener finalmente un certificado de “baja vehicular”. Todo esto fue, guardadas las proporciones, un trámite bastante sencillo y poco doloroso. Es más, lo volvería a hacer si fuera necesario. Sólo me tomó de tres a cuatro horas de un solo día… ¡No hay duda de que la vida es más bella en la provincia!
Ahora vendría lo “fácil” –me dije, ilusamente–, regresar al D.F. con todos mis papeles en orden, todo pagado y dar de “alta” mi vehículo en unos cuantos minutos para circular sin el temor a ser asediado por los hambrientos patrulleros. Pensé que sería un trámite más sencillo que en esas entidades tan alejadas de la modernidad. ¡Grave error!
El primer gran problema es tratar de encontrar los Módulos de Trámites Vehiculares de la reluciente CDMX, ya que en su página web no aparece la liga; además todo lo que la página web menciona está mal, no les haga caso, vaya directamente al Módulo a pedir los papeles necesarios. Finalmente, en una oficina de la Tesorería del DF me dieron los datos correctos de los Módulos Vehiculares.
Me dirigí al más cercano, pero para mi mala fortuna llegué a mala hora, ya habían dado los formatos suficientes para ese día y aunque faltaban varias horas para que cerraran ya no me atendieron, sobre todo porque “ese día NO se hacen Altas, vuelva el lunes”.
Volví el lunes, con el ánimo en alto, hoy sí sacaría mi trámite. Llegué temprano para estar en el Top 10 de la fila, antes de que abrieran; bien, todo iba bien. Me dieron mi formato, bien. Llené mi formato en lo que esperaba mi turno, bien. Pasan las horas y uno no percibe que algo se mueva, van llegando los “funcionarios” pasadas las 9am, no tan bien, esos eslabones más bajos de la cadena trófica de la burocracia. La fila se mueve lentamente, a veces llega un tipo con un folder muy gordo –imposible que sea un trámite para un auto– y se acerca con aire familiar con el tipo que controla los formatos, la lista y el orden para pasar (ah, ese poder que da la lista y los formatos). Se saludan amistosamente y de alguna manera ese tipo logra pasar antes que muchos otros y no parece tener el mismo trato. ¿Quién será? Seguro ya vino antes y por eso lo pasan así…
Después de más de tres horas toca mi turno, bien, me repito constantemente, hoy es mi día de suerte, en una de esas y me toca un buen color de placa, ya pasé, pon cara de ciudadano feliz. Confieso que siempre me da un poco de nervios estos trámites, qué tal que no saqué copias suficientes, y si mi recibo de luz no le gusta, y si me pide otra cosa que no me dijeron antes; preguntas que siempre me atormentan al enfrentar cualquier tipo de burocracia (debo enfatizar que el más terrorífico de todos es el de la Visa de USA). El truco de todo enfrentamiento burocrático es que no le huelan a uno el miedo; estar zen, tener todo bajo control. Dominar el terreno.
Paso a la ventanilla asignada y la señorita me regaña y luego regaña al funcionario dueño de las listas y me sacan de la fila… ¿Qué hice mal? El funcionario regañado me pide esperar un poco y se disculpa. Me dice que esa computadora no tiene el sistema adecuado para mi trámite. En esos momentos me doy cuenta que estoy haciendo uno de los trámites más complejos de todo el sistema vehicular nacional: ¡¡¡Dar de alta un vehículo!!!
Tras unos minutos más paso a la ventanilla adecuada, la señorita va pidiendo mis papeles uno por uno, originales primero, copias después, los revisa, se queda con las copias, guarda todo y me dice: regrese en ¡¡¡¡15 días!!!!! ¡¡¡Cómo!!! Joder. Señorita. No chingue. Tengo un auto sin placas, en el limbo vehicular, en medio de la contingencia más grave de los últimos 20 años, con el Uber en tarifas dinámicas del 900%, el Metro en su capacidad máxima y ¡¡¡usted me quiere dejar sin circular 15 días más!!! ¿¡¡Qué le pasa!!?
Debemos revisar los papeles con la entidad de origen y se tardan en contestar. Pero si de ahí vengo, pero si tengo la “baja”, aquí la tiene… Acude con un funcionario de canas, supongo que es el supervisor, le dice algo inaudible, la señorita regresa sonriente, va a estar antes, que bueno, venga en ocho días, el próximo viernes. Obviamente me retiré totalmente derrotado.
Ocho días después…
Regresé con el mismo nervio de cuando vas a bailar en tu primera quinceañeracon la que te gusta. Llegué casi de madrugada porque ya sabía que me esperaba un largo y complicado día. Llegué tan temprano que la señorita en cuestión aún no llegaba; todos me regañaron, el de las listas, el poli, el de las copias, que si yo no sabía que esa señorita no llega a las nueve, siempre llega después de las diez. ¿¡¡Cómo iba yo a saber eso!!? En fin, esperé y esperé. Llegó casi a las once. Pasé a su ventanilla ya con fuerte dolor en el estómago. La señorita también me regañó que porque ella nunca llega antes de las diez, es sabido. Busca mis papeles y me entrega mi hoja de “Autorización para alta vehicular”. Ahora vaya a pagar los “derechos” a la Tesorería.
Obviamente la Tesorería no está cerca, hay que recorrer media ciudad para llegar a ella. Llego, me piden todo otra vez, TODO, originales, copias, y el papel famoso de “autorización”, las mismas preguntas, le faltan dos años de cubrir sus tenencias, me dicen, les explico lo mismo que he explicado ya decenas de veces, y concluyen que debo pagar los años atrasados. Son dos años, 2015 y 2016, y con recargos se trata de una cifra mayor a los 15 mil pesos. (El trámite de “alta vehicular” supuestamente cuesta $640 pesos). En ese momento sí estuve a un segundo de insultar salvajemente al “funcionario” en turno. ¿Cóoooomoo?
Por más que le explico que no podría contar con un papel de “Baja” de la entidad correspondiente si tuviera un adeudo, sus mentes ya burocratizadas por un sistema que invita a la lobotomía no lo comprenden. Ellos sólo repiten el mantrade este gobierno de rateros: ante la duda o un área de oportunidad, siempre cobra de más al contribuyente. En el peor de los casos me correspondería pagar este año en curso en el que se da de alta el vehículo en cuestión. Nada más. El resto de los impuestos se pagaron en la entidad de origen y ya fueron saldados. No lo comprende nadie o no lo quieren comprender. Me sugieren solicitar un “Certificado de pagos en la entidad original (que tarda varios días) o pagar el monto total de tenencias presentes, pasadas y recargos”. Me quiero morir.
En fin, lo que sigue no es agradable de narrar, pero es la REALIDAD. Si un ciudadano trata de arreglar las cosas como debe ser se topa con una burocracia inoperante y mañosa que lo único que busca es que el ciudadano se desespere y termine acudiendo a los amplios espacios de corrupción del sistema; esos que ya están ahí para que las cosas fluyan, sucedan, se muevan y se lubrique un sistema podrido y jodido. La mugre que hace caminar a este ciudad y que la tiene el día de hoy sumida en una grave crisis ambiental. Es esto y no el ozono lo que nos tiene así.
Siento la necesidad de aclarar que nunca he debido una tenencia, que siempre he pagado mis trámites, que los hago personalmente, que verifico mis autos y pago mis multas cuando así me las gano con orgullo.
Entonces, me puse a averiguar sobre el siniestro mundo de los “gestores”, mejor conocidos como coyotes. Estos son personas “expertas” en agilizar trámites, pero básicamente tienen el camino allanado y por medio de repartir unos pesos aquí y allá logran sacar varios trámites de forma pronta y expedita. Lo que debería hacerse de forma común y corriente sólo se logra con las distribución de recursos económicos y algunas relaciones públicas.
Hoy en día conseguir placas en el DF y estados aledaños cuesta entre $2,500 hasta $4,500 pesos, dependiendo con quien y en dónde sea el trámite. De 2 mil a $2,800 pesos si es en el D.F, aunque los precios varían, y hasta $4,500 pesos enMorelos, donde la mayoría de los capitalinos están tramitando placas, básicamente porque los límites para pagar tenencia son más altos y porque –y aquí sí, hágame el favor–, la verificación vehicular (sí, ese trámite que nos tiene asfixiándonos en IMECAS en este valle del terror) no es presencial. Sí, tal cual lo lee, no necesita llevar el coche, supongo que con ver la factura ya saben si contamina o no. Imagino que Morelos cuenta con unos genios con tecnología de punta que pueden hacer estos cálculos.
En el Estado de México también se hacen muchos trámites de placas y altas en estos momentos por dos cosas elementales: primero, el límite de pago de tenencia es más alto que en el D.F. y nuevamente, el trámite de verificación es aún más corrupto que en el DF. Una ciudadana me cuenta feliz: yo tengo un auto modelo 2000, y en el estado de México me lo verifican con doble 0 y circulo todos los días. En el estado de México, la verificación es una burla. Te tramitan alta, las placas -incluyendo la verificación- por unos 3,800 pesos sin siquiera llevar el auto a un Verificentro ni presentar ningún papel original. Imagine el nivel de transa que ya se hace en esta ciudad para “regularizar” todo tipo de vehículos.
La situación tenderá a agravarse. Los ciudadanos ejemplares están tramitando juegos de placas “extras” para cambiarlas a su coche y poder circular todos los días. La laxitud en la supervisión de todos estos trámites y el gran negocio que esto implica, es lo que fundamentalmente tiene en el borde de una gran crisis ambiental a esta ciudad. Otra vez: no es el ozono (aunque sin duda contribuye), es la corrupción que permite estos niveles de permisividad en los trámites, en las verificaciones patito, en la obtención de todo tipo de trámites, lo que ha orillado a esta megalópolis a estar en una situación intolerable.
La anarquía es el uso y costumbre en este país, la corrupción su ley suprema y si uno quiere circular, construir, tener un negocio, abrir un restaurante es necesario “arreglarse” con el “licenciado”, con quien controla el formato, la lista o el sello; ese burócrata que se gana unos pesos de más, ese político que se mete millones porque se hace de la vista gorda y ese ciudadano que todo lo quiere para salirse con la suya o tomar el camino fácil. La corrupción lo permea todo, desde una esquina hasta las más altas esferas del poder y no parece que esto vaya a cambiar en el corto plazo. Al menos la minúscula contribución que tuvo en sus manos el Senado, decidieron que era mejor aplazarlo para otro momento…
Yo, por lo pronto, pienso vender mi auto y andar un rato en transporte público, a ver cuánto aguanto o comprar uno eléctrico, creo que es lo que nos toca hacer si queremos vivir aquí. Espero que esa sea la apuesta adecuada para el futuro, antes de que por culpa del ozono un día ya no despertemos más…
Aunque el dinosaurio siga ahí.