La historia de esta pasión se originó en los 90, cuando de la mano de Hermosillo y con ayuda del santo de la túnica verde el equipo cementero levantó el trofeo por última vez
Como en otras partes del mundo, en México, algunos rasgos culturales se heredan de manera práctica y hasta natural, siendo el núcleo familiar uno de los factores decisivos en la identidad de cada individuo.
Pero existen dos cuestiones primordiales en la vida de gran parte de los habitantes del país. Dos devociones que suelen ser profesadas solemne y profusamente y que se encuentran relacionadas íntimamente: la religión y el futbol -par de elementos que a veces significan lo mismo-.
Resulta complicado imaginar un escenario en el cual el balompié se desligue absolutamente de las cuestiones de orden espiritual y aunque cualquier religión podría subsistir en ausencia del apasionante deporte, para algunas personas se trata de una fusión inquebrantable, que en ocasiones no funciona como se espera.
La señora Asunción vive al poniente de la Ciudad de México, es ferviente devota de San Judas Tadeo desde hace casi 20 años y, cuenta, por culpa de José Luis, el mayor de sus vástagos, también padece un amor afiebrado por una cruz que en teoría poca relación tiene con su santo predilecto: la Cruz Azul, del equipo de futbol.
La historia de este par de pasiones se originó a finales la década de los 90, cuando de la mano de Carlos Hermosillo y con ayuda del santo de la túnica verde -según doña Chonita, como la llaman sus familiares y amigos- el equipo cementero logró levantar el trofeo del futbol mexicano por última vez.
En aquella tarde soleada, recuerda la anciana de 70 años de edad, un padre nuestro dedicado a San Juditas ayudó al máximo romperredes celeste a lacerar el arco defendido por Miguel Ángel Comizzo, logrando así el milagro de coronar a la máquina en el Nou Camp de León.
Desde aquel lejano invierno del 97, relata la señora Asunción, pudo reafirmar el amor que sentía por los colores azul, blanco y rojo de la bandera cruzazulina, así como la devoción por el santo que se ha llegado a considerar como hermano del propio Jesucristo.
Curiosamente, antes de ser madre por primera vez, en el año 1960, ni la religión, y mucho menos el llamado deporte más hermoso del mundo figuraban en su matrimonio con José.
La identificación con ambas características culturales se las debe a sus hijos Juan, quien falleció trágicamente en 1982 y a José Luis, quien aún dedica ceremoniosamente gran parte de su vida a observar al cuadro cementero.
Este par de convicciones se han esparcido al resto de la descendencia. Por ello, cada día 28, en todos los hogares de la numerosa familia, se enciende una veladora al santo y se ruega porque este torneo, ahora sí, salga campeón su equipo, aunque con tantas decepciones, doña Chonita lo tiene claro: “San Judas no le va al Cruz Azul”.