“No tuve tiempo de decirle a mi mamá cuánto la amaba, la mataron antes por mi culpa”, dice Juan, Casper, dos años después de que su madre y uno de sus hermanos fueran asesinados por los sicarios con quienes se involucró.
Casper desde pequeño creció en la pobreza, su familia era tan humilde que vivían en un cuarto prestado por una escuela.
El era buen estudiante, por las tardes trabajaba como empaquetador de supermercados, lavaba autos. A sus ocho años de edad hacía lo que podía para ayudar a su madre.
Hasta que un “amigo” le ofreció ganar dinero de manera “fácil”: sólo tenía que llevar carros a una bodega. La paga era buena y aceptó. Tenía apenas 12 años. Al poco tiempo supo que los vehículos eran robados, pero no le importó, siguió en el negocio y ayudando a su familia.
A los 13 años subió de rango y ya robaba los autos. El dinero seguía llegando. También conoció las drogas, primero como consumidor y luego como narcomenudista. Su corta edad era el camuflaje perfecto para pasar inadvertido. Parte de sus actividades era colaborar en secuestros. Todavía era un niño, pero ya cargaba hasta 10 mil pesos en la bolsa, recuerda.
Su familia dejó de vivir en una escuela y pudieron rentar una casa gracias al dinero que él aportaba. Su madre pensaba que trabajaba lícitamente.
Con la ola de violencia en su esplendor, en Ciudad Juárez las bandas reclutaban permanentemente pistoleros, de preferencia menores de edad. Juan se volvió asesino a sueldo. En aquel tiempo un alto mando militar dijo que el crimen organizado buscaba jóvenes porque eran “desechables”: si los mataban o eran detenidos no pasaba nada, llegaban otros a las bandas.
Casper fue capturado por las autoridades tras haber cometido un homicidio, se convirtió en uno de los 50 niños sicarios que actualmente llevan procesos por homicidio en el estado.
Ya recluido, sólo podía ver unos minutos a su mamá cada semana. Le dolía mucho ver cómo sufría por las carencias económicas. Con su sueldo de obrera en una maquiladora, apenas podía sostener a los dos hermanos de Juan.
Una mañana, Casper, de 15 años, recordó que su jefe en la banda le había dicho que tenía arreglos con altos mandos policiacos, que si algún día lo atrapaban, él lo sacaría de la cárcel. Con fe en que sería apoyado, le pidió a su madre que fuera a abogar ante el líder delictivo.
La mujer confió y acudió ante el desconocido hombre. Nadie supo cuál fue la respuesta que recibió, sin embargo, esa misma noche varios hombres armados ingresaron a la casa de la mamá de Casper y la asesinaron mientras dormía.
También perdió la vida su hermano de 14 años, y al más pequeño lo dieron por muerto. Sobrevivió, pero a la fecha tiene una bala incrustada en la cabeza.
Este 20 de noviembre es el Día Universal del Niño, desde 1954; en 1989 se aprobó la Convención de los Derechos del Niño relativos a la vida, la salud, la educación y a jugar, y a estar protegidos de la violencia, a no ser discriminados y a que se escuchen sus opiniones.
Juan es uno de los 7 mil jóvenes adolescentes recluidos en los centros de detención en México que no tuvieron acceso a estos derechos. De acuerdo con el Inegi, 9 de cada 10 infractores menores de edad son hombres. Cada año, 7 mil muchachos reciben sentencias por delitos diversos, pero no ameritan ser recluidos; otro tanto igual termina en alguno de los 60 centros de internamiento que hay en el país.