I
El pasado 6 de agosto Andrés Manuel López Obrador presentó públicamente, en forma escueta e indicativa, ante el Colegio de Ingenieros, sus 25 “proyectos prioritarios”. Entre éstos apareció el de “reforestación de un millón de hectáreas, con árboles frutales y maderables”. El pasado lunes 8 de octubre el programa adquirió nombre y apellido, Sembrando Vida, en un virtuosismo de bautizo que, podremos estar de acuerdo, mostró con dicho apelativo sus mejores contenidos. Porque el puro nombre decanta, marca y emblematiza, eliminando todo sesgo o definición economista y anclando en el mensaje un claro contenido ecológico y vitalista.
La cadena de sentido que se implica en el nombre de Sembrando Vida incluye la valorización de los saberes colectivos propios de los campesinos y de pueblos y comunidades indígenas, saberes que son desde hace tiempo materia de despojo y de conquista por parte de trasnacionales y de no pocas ni menores instituciones académico-científicas que dominan los “circuitos de conocimiento” en el país.
II
La Cuarta Transformación de México: he aquí otra línea semiótica o gramatológica (para utilizar un término de Derrida) que marca el andar transformativo en el que se ha implicado el nuevo núcleo gobernante. La fuerza de estas cinco palabras enlaza, de un solo golpe de mira, un contenido –de sentido, conceptual– que es en sí mismo espejo retrospectivo (remite en ese golpe de mira a las tres Transformaciones anteriores) y la promesa-madre de todas las promesas, en la que se implica un elemento que, para todo efecto analítico, resulta ser esencial, a saber: la idea de que lo que se vive en México desde el 1º de julio es y será todo un –largo– proceso de transformación.
La idea-concepto referida abre el zoom de la imaginación para visualizar “lo que se implica y es posible” en una perspectiva de transformaciones de época, pero coloca cada paso, evento o línea específica de cambios en su condición de ser parte de un juego (en el sentido que le da Gadamer al concepto de juego) a ser jugado por todos los actores sociales y políticos comprometidos en el lance.
La idea relativa a La Cuarta Transformación de México remite en consecuencia a una hermenéutica (hermenéutica de la facticidad, diría el joven Heidegger), tema de no poca relevancia en un medio intelectual o de sentidos comunes en el que se nos ha acostumbrado a pensar las cosas y valores en polaridades simples y excluyentes, con sus derivaciones prospectivas que desprecian lo azaroso, lo ritual, lo contingente, y el error como valor necesario y positivo.
III
Regeneración: una más de las palabras clave que han venido acompañando a AMLO en todo su periplo de lucha por la presidencia y por la transformación del país. La palabra es simple y cualquiera pudo ligarla básicamente a la perspectiva magonista que fincó sus quehaceres revolucionarios en las madrugadas de la Tercera Transformación. Pero dio sin duda para mucho más en el marco del esfuerzo por significar o, más precisamente, por resignificar: incorporada al nombre del partido en el que navegan ahora los nuevos gobernantes, la idea se ligó al símbolo propio de nuestra identidad: Movimiento de Regeneración Nacional: Morena; de igual coloración de piel que la virgen mexicana, con la pertinencia de bautizo que logró lo que otros signos partidarios –frías siglas de contenidos inocuos o de herencias fracasadas: PRI, PAN, PRD, etcétera– no alcanzaron ni alcanzarán a tener.
Ser “moreno” es algo que distingue lo autóctono o lo originario, acaso a lo plebeyo, y que ubica incluso al mestizaje como algo asimilable al sentir de ubicuidad y pertenencia de nuestra nacionalidad. Pero además no es “moreno”: es Morena, signo femenino que establece de paso la posibilidad de hablarse o connotarse en ese continente de los sexos, dando un plus a la perspectiva de transformación a la que se apunta: el futuro debe construirse con la ecuación de la igualdad sustantiva, o simplemente nunca habrá un “buen futuro”.
IV
El tema relativo a palabras y a conceptos se desplaza al terreno de “lo que se hace” y de sus simbolismos y valores: AMLO viaja en aviones comerciales comunes y corrientes aunque eso le cueste grandes esfuerzos y una enorme pérdida de tiempos, porque el hacerlo “significa” y contribuye a generar definidos formatos de identificación e identidad. O se atiene a una escuálida fuerza de seguridad personal porque no quiere alejarse del encuentro libre y espontáneo con “el pueblo”, sea porque ello quiebra reales puentes de comunicación y de contacto, sea porque el alejamiento físico del nuevo presidente con “su gente” marca una línea de mensaje y de lenguaje con altísimos costos en el imaginario simbólico que ahora se construye.
Se fabrica entonces una nueva malla de sentido y de lenguaje que en todo momento hay que descifrar. A menos que suframos o decidamos sufrir, como algunos periodistas y hacedores de noticias –sin descontar aquí a algunos medios académicos– la eterna perplejidad. Desciframiento que acaso permita a algunos intelectuales y políticos incrédulos e hipercríticos entender por qué Morena alcanzó el milagro de contar a su favor, el pasado 1º de julio, con más de 30 millones de votos.
(Con información de aristeguinoticias)