La leyenda se agiganta. Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, el narcotraficante cuya fuga ha puesto en jaque al Estado mexicano, ha burlado ya dos veces el cerco de sus perseguidores.
Primero fue a finales de julio en Los Mochis, Sinaloa, y hace once días, en un rancho de la Sierra Madre. En ambas ocasiones, el hombre más buscado de América se ha librado en el último momento de caer en manos de los comandos de la Marina. Y ahora, herido en las piernas y el rostro, ha vuelto a perderse en la inmensidad de las montañas del noroeste, su tierra natal. Por cuánto tiempo es un misterio.
El presidente de la República, golpeado por la huida, ha ordenado una gigantesca movilización. Miles de soldados, policías y agentes de inteligencia le pisan los talones. Hasta Estados Unidos se ha sumado a la cacería. El duelo es histórico; la persecución, implacable. Pero El Chapo, de momento, resiste.
Nadie sabe con seguridad cómo ha logrado evadirse dos veces en menos de dos meses. Si hubo suerte, previsión o directamente un aviso es algo que, posiblemente, quedará enterrado para siempre. Ya 2014, en las semanas anteriores a su detención en un piso turístico de Mazatlán, también escapó en el último instante. Fue en una casa de seguridad de Culiacán. Una puerta de blindaje hidráulico le dio los minutos necesarios para huir por un pasadizo que desembocaba en las alcantarillas. Tras este episodio, del que también salió herido, rompió su círculo de seguridad, en la creencia de que estaba minado por los servicios de inteligencia, y decidió buscar refugio de las montañas de Sinaloa. Antes de su partida, acudió a ver a su esposa y sus hijas gemelas. Esa visita fue su perdición.
El hombre más buscado de América se ha librado en el último momento de caer en manos de los implacables comandos de la Marina
La reconstrucción policial muestra que, tras su huida en julio de la cárcel de máxima seguridad de El Altiplano por un túnel de 1.500 metros, El Chapo fue conducido en coche hasta Querétaro, en el centro del país. Y desde allí llevado en avioneta hasta las montañas de Sinaloa. En ese territorio se juega la principal partida. Mientras el Ejército ha desplegado controles en casi todas las arterias viarias, la Marina rastrea sin contemplaciones los pueblos perdidos en la Sierra Madre. El operativo, con apoyo de los servicios de inteligencia, ha dado algunos frutos. El piloto que llevó a El Chapo hasta las montañas ya ha sido detenido. Y los drones de Estados Unidos han intervenido llamadas clave del entorno del criminal. El cerco, con estos medios, se ha estrechado. Pero el líder del cártel de Sinaloa, libre en un territorio que conoce como la palma de su mano, está demostrando una enorme capacidad de evasión. Sus movimientos se han vuelto imprevisibles. Los saltos y huidas son continuos. Y a sus hombres no les tiembla el pulso a la hora de disparar. Poco les importa que sean tropas de Infantería o los comandos de la Marina. Antes de permitir la captura de su jefe, están dispuestos a matar y morir.
En esta coreografía, Guzmán Loera no actúa solo. Aparte del apoyo de una población que le rinde vasallaje, a su lado está su histórico socio,Ismael El Mayo Zambada, uno de los grandes capos del narco mexicano. De su mano, El Chapo habría organizado su fuga del presidio y hallado refugio en el corazón de la Sierra Madre. Junto a esta ayuda, algunas fuentes oficiales citadas por medios mexicanos señalan también una estratégica y reciente alianza con el Cártel Jalisco Nueva Generación, el terrible grupo que en mayo pasado derribó un helicóptero militar y estranguló a plena luz del día la ciudad de Guadalajara, la tercera del país. Este pacto, aparte de multiplicar la capacidad letal de ambas organizaciones, habría ampliado el campo de acción de El Chapo y, por ende, sus posibilidades de fuga. Una nueva dificultad para un objetivo que se ha vuelto una prueba de fuego para la credibilidad del Estado mexicano.