México está entre los diez países que más talan sus bosques primarios. Sus glaciares se derriten, perdiendo con ellos el agua dulce. La fallida política climática le está pasando la factura a México, dicen expertos.
“Hace una semana, las autoridades nos dijeron que nuestro embalse se estaba quedando sin agua. Desde entonces, ya no podemos regar nuestro huerto”, lamenta Norma García, una agricultora de Guerrero. Norma vive de la venta directa de sus alimentos en los mercados ecológicos. “Si no llueve pronto, va a afectar la cosecha”, dice a DW. Norma García no es la única afectada: en el norteño estado de Sonora, las reses se están muriendo de sed; en el sur de Veracruz y el centro de Michoacán, la mayor parte de los lagos se han prácticamente evaporado; y en Ciudad de México, el agua está racionada desde hace semanas. Muchos mexicanos tienen que recurrir al costoso suministro de camiones cisterna privados.
Ni el gobierno actual ni los anteriores han priorizado la adaptación al cambio climático, afirma Diego Pérez Salicrup, director del Instituto de Sostenibilidad y Ecosistemas de la Unam a DW. Para él, esto se debe a un círculo vicioso de percepciones distorsionadas entre la población y las falsas exigencias resultantes a los políticos, que a su vez responden con una gestión de crisis a corto plazo en lugar de estrategias a largo plazo.
“Hoy, en México, el 75% de la población vive en las ciudades, lejos de la rutina diaria del campo y la naturaleza. Esta población, que tiene mucho peso político, ve el fuego como algo amenazante”, explica a DW. Olvidan que muchos ecosistemas se autorregulan mediante pequeños incendios controlados, precisamente para “evitar una acumulación excesiva de material inflamable y, por tanto, incendios potencialmente más peligrosos”, agrega Pérez Salicrup.
Poner freno a los especuladores del suelo
Observadores advierten empero que algunos incendios son deliberadamente provocados por especuladores inmobiliarios bien financiados que se apropian así de tierras para monocultivos como el aguacate o para proyectos turísticos. Una vez incendiado el bosque primario, los ayuntamientos se apresuran a autorizar su uso económico. “Hoy en día, el Ministerio de Medio Ambiente no tiene ni la capacidad ni los medios institucionales (…) para conciliar adecuadamente los datos y evitar estos cambios de uso del suelo”, critican Greenpeace y Cemda. “Necesitamos estrategias de lucha contra el fuego a largo plazo, adaptadas a los ecosistemas y basadas en datos científicos”, reclama por tanto Pérez.
Cuestionable reforestación
El abandono de décadas le pasa ahora factura a México. En estos días, la Universidad Autónoma de México (Unam) anunció la desaparición definitiva del glaciar de Ayoloco en la cima del volcán Iztaccíhuatl, al sureste de la capital. “Uno de los efectos inmediatos de esta desaparición es el acceso al agua dulce con el que contaba la Ciudad de México. Sin la presencia de las capas de hielo, la temperatura en la zona también incrementará, y los ciclos de la lluvia se verán gravemente condicionados”, advirtió el investigador Hugo Delgado.
La sequía también está alimentando la especulación sobre los precios de los alimentos. Los precios del maíz, por ejemplo, subieron un 40% este año, y los de la soja un 50%, según el Grupo Consultor de Mercados Agrícolas (GCMA). Esto está afectando desproporcionadamente a los pobres, que gastan una mayor parte de su dinero familiar en alimentos básicos.
El gobierno actual está respondiendo con un programa de reforestación. México se encuentra entre los diez países con mayor deforestación de bosque primario del mundo, según Global Forest Watch. Entre 2001 y 2018 se perdieron en promedio 212.070 hectáreas de bosque cada año, según la Conafor. No está claro si el programa de reforestación puede invertir la tendencia. Según Pérez, ni siquiera tiene ese objetivo: “Es principalmente para aliviar la pobreza rural y aumentar la cobertura de árboles en las zonas agrícolas”. Pero eso tiene consecuencias perversas, según la investigación de los medios de comunicación: el bosque primario se tala, para luego ser reforestado con subvenciones gubernamentales y árboles no autóctonos. Pérez recuerda que “a los agricultores les gustaría regenerar el bosque natural, pero no reciben dinero por ello”.