Enrique lleva 15 años en el oficio. La vida de un guardaespaldas

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¿Vale la pena proteger la vida de alguien más, por un sueldo de 15 mil pesos mensuales?

Como casi todas las mañanas, al momento de partir, Enrique se persigna ante el altar de la vecindad en la que vive. En la repisa de madera se encuentra la imagen de su madre, fallecida hace tres años, así como también la de los seres perdidos por sus vecinos.

Se encomienda ante la protección divina porque es consciente del riesgo que representa su trabajo. En un país en el que entre muertos y desaparecidos suman más de 120 mil pérdidas humanas en los últimos 10 años, ser guardaespaldas significa estar constantemente cerca del peligro.

Hace 15 años, cuando se estrenó en el oficio, la situación era muy diferente, reconoce el robusto escolta. No parecían existir tantas  peripecias como ahora, que se tiene que cuidar hasta de los niños que suelen vigilar como halcones la entrada de algunos lugares del país dominados por el crimen organizado.

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Fue entrenado durante en el 2001 en una academia de seguridad privada en el Estado de México, de donde es originario, pero desde entonces la violencia en el país se ha convulsionado y ha afectado directamente la vida de Enrique, así como de sus compañeros de oficio. “Hay más trabajo, pero también hay mayor riesgo”, advierte.

Actualmente trabaja para un poderoso mexiquense, perteneciente al grupo político de Atlacomulco. Por eso no permite fotografías suyas ni de su casa en Romero Rubio. Son órdenes de su jefe y él debe acatarlas.

Esa es solo una de las ingratitudes de oficio; la privacidad del escolta depende de la decisión del “sujeto”, palabra clave utilizada para referirse al objetivo principal que Enrique y sus compañeros deberán proteger con su vida.

Para el patrón, Enrique, como cinco compañeros suyos deben estar disponibles prácticamente día y noche. Su agenda de trabajo está sincronizada con la de un político.y empresario priísta, lo que significa tener suficientes actividades diarias por cumplir entre trabajo, reuniones formales, informales y fiestas a las que el protegido desee asistir.

¿Vale la pena proteger la vida de alguien más, por un sueldo de 15 mil pesos mensuales? Quizá no, adivina el entrevistado, pero es su trabajo y fue entrenado para ello. Con una escolaridad de apenas segundo grado de secundaria, no le queda de otra, imagina.

Lo más difícil es convencerse diariamente de que está haciendo lo correcto. Correr el riesgo de dejar en orfandad a sus dos hijas por proteger al padre de otros niños no ha resultado decisión fácil pero hasta ahora todo va bien. Espera trabajar como “guarura” un par de años más y después abrir un bar con los ahorros que ha logrado acumular junto con su esposa y de esa manera recuperar la tranquilidad.

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