Una de las alianzas que mejores resultados dio para los derechos de las indígenas del sureste mexicano fue la que promovieron las mujeres con los grupos religiosos de la Diócesis de San Cristóbal de Las Casas, en Chiapas, donde encontraron espacio para reflexionar sobre sus vidas, sus costumbres, sus relaciones y su papel en la sociedad.
Este vínculo entre la religión y las mujeres no es nuevo, solo ha sido mal interpretado, así lo afirman chiapanecas que participaron en el “Primer Encuentro Internacional, Político, Artístico, Deportivo y Cultural de Mujeres que Luchan”, una reunión convocada por las mujeres del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).
En este encuentro que del 8 al 10 de marzo en Chiapas reunió a unas cinco mil mujeres de México y otras partes del mundo y a dos mil zapatistas, Carmela Gómez Santis, Faustina Santis Gómez y Adela Espinoza Moreno hablaron con Cimacnoticias de cómo “la palabra de Dios” también puede hacer que las personas abran los ojos y liberar a las mujeres.
Ellas lo han vivido así, en un Estado laico que dejó en el olvido a los pueblos indígenas y donde la Iglesia católica, con todo y sus contradicciones y restricciones, jugó un papel importante para incluir a las comunidades discriminadas y promover el respeto a las mujeres.
Particularmente en la Diócesis de San Cristóbal de Las Casas pasaron sacerdotes que combinaron su actividad pastoral con la lucha social como Samuel Ruíz García, quien murió en 2011, y Raúl Vera López; ambos trabajaron para que esta organización religiosa fuera una opción para las personas pobres y oprimidas y una Iglesia abierta y al servicio del pueblo.
Cuando Samuel Ruiz, llamado tatic (padre) por los pueblos indígenas, llegó a Chiapas combatió lo que él consideraba el comunismo pero después de los años aprendió de las comunidades, de la necesidad de abrir clínicas de salud y escuelas y de ofrecer trabajos dignos. Más tarde, en 1989, fundó el Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas.
En esa Iglesia las mujeres tuvieron un espacio para encontrarse junto a un clero que se esforzaba por rechazar el maltrato a las personas indígenas. Allí se formaron mujeres como Carmela Gómez Santíz, una mujer de 59 años, hablante de tzeltal y quien desde los 10 años de edad comenzó a participar activamente en los grupos religiosos.
Los cambios son paulatinos y solo se rompen las costumbres que para las mujeres y a los varones son necesarias de romper, por eso Carmela se casó y tuvo 10 hijos. Cuando se casó empezó a agrupar mujeres, participar en reflexiones religiosas, luego la nombraron catequista y después fue coordinadora del barrio en el municipio de Altamirano.
Las reuniones le permitían salir de casa y participar en los diálogos donde las mujeres exponían lo que vivían. En los años 90 su esposo conoció de la lucha zapatista pero no le dijo nada porque creía que las mujeres “eran chismosas”, cuando ella preguntó porque debían juntar jabón, papel y arroz para las personas en las montañas, él le tuvo que contar.
Su esposo la regañaba pero dice que le dio tiempo para caminar en este proceso, entendió y él y sus hijos aprendieron a cocer el maíz y a tortear (hacer tortillas). Ahora ella es servidora, participa en los servicios religiosos de los municipios de Altamirano y Ocosingo.
Hoy Carmela dice que entiende por qué de la organización, de la unión de uniones porque para ella la palabra de Dios también es la lucha, es trabajo en colectivo. “La lucha ya está, ya están valorizando muchas jóvenes, los hombres ya saben cocinar, y todos somos uno sólo”, dice.
LA PALABRA EN TZELTAL
En el año 2000 había 809 mil hablantes de una lengua indígena en Chiapas y para 2015 se estiman que eran 1.3 millones de hablantes, quienes representan 27.8 por ciento de la población estatal, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).
A esta población es a donde llegan las catequistas y las fieles, como Faustina Santiz Gómez que en un principio tenía miedo de hablar en público pero que salió a predicar a la vez que contaba la discriminación y la lucha del EZLN. Hoy tienen 48 años de edad y ha viajado a Guatemala, Quintana Roo, Morelos y otros estados para contar lo que viven las indígenas y cómo participan en la organización religiosa.
Originaria de Amatenango de Valle, Faustina habla tzeltal, empezó en las reuniones eclesiásticas a sus 17 años. “Cuando empecé, a mí me daba miedo porque no sabía leer ni hablar castilla (español) pero a través de la salida, de participar, aprendí a hablar el español y el miedo se quitó poco a poco”, expresa.
Ella no quería salir sola pero la formación católica le dio fuerza y aprendió mucho de sus derechos pero sobre todo, dice, aprendió que como mujer tiene dignidad. “Me di cuenta que es importante salir para traer otras ideas, la mujer no es para servir en la casa, deben participar ambos”.
Agrega que si las mujeres se quedan solo en casa no saben qué es lo que viene, “lo que pasa en el estado, en nuestro país, en cualquier pueblo, no sabemos pero cuando nos reunimos representamos todo y compartimos la situación. Ahí nos damos cuenta. Necesitamos analizar la situación, qué es lo que viene y qué es lo que afecta”.
Adela Espinoza, tiene 31 años de edad, lleva cinco trabajando en la Coordinación Diocesana de Mujeres, Codimuj, un área de la Diócesis fundada por Samuel Ruiz en 1992 y que en octubre pasado cumplió 25 años, un lugar donde se predica la religión católica pero también los derechos de las mujeres.
En esta área se trabajan cuatro temas: Mística, Análisis de la realidad, Género y Cultura, allí las indígenas y mestizas se reúnen para hablar qué les beneficia y qué les afecta. “Leemos la Biblia diferente a como leen los hombres, los hombres la leen a favor de ellos, nosotras vemos lo que realmente hay en la Biblia”.
Para Adela no sólo se trata de rezar sino de pensar. “Casarse a los 12 años, que tu papá te vende, esas son cosas que matan a la mujer. Y son cosas que a Dios no le gusta, que vivan en ese sufrimiento por parte de la cultura machista, patriarcal que hay en este sistema”.
Al igual que ella, dice, hay más mujeres católicas, creyentes que interpretan la religión de manera distinta, que buscan ver una Iglesia que no las oprima ni las mantenga como seres inferiores, por eso se sumaron a la teología de la liberación, la que está de lado de los pobres y de los indígenas.
“Es como queramos ver a Dios; entender y saber que Dios no quiere nuestro sufrimiento, porque Dios nos creó iguales, no dijo que el hombre iba a ser más. Claro está que la Biblia está hecha por hombres, pero no estamos peleadas con Dios, estamos unidas con él, agarramos fuerza con él”.
A pesar de estar convencidas de los valores y principios que se desprenden de la religión y que se predican en las iglesias, Carmela, Faustina y Adela no tomaron los hábitos, decidieron no andar con velo, ellas se forjaron en los ideales de la igualdad y la justicia social para llevarlos más allá de las parroquias y acercarlos a los pueblos.