“La pasión que siente por la playera rojiblanca la ha ayudado a soportar los largos viajes y la presión que ha sentido por pertenecer a ‘La legión’”
Las batallas deportivas son representaciones simbólicas de guerras que enfrentan a dos o más adversarios que compiten por alzarse con el triunfo para así demostrar la superioridad entre unos y otros. Esta forma de contemplar una competición deportiva suele generar confusión entre lo permitido y lo que excede a precisamente ese espíritu de deportividad que debería imperar.
Se podría decir que en el mundo no existe un deporte que apasione a tanta gente como lo hace el futbol, lo que lo convierte en un foco de atención mundial, proporcionándole, en ocasiones, mayor efusividad de la que se debería destinar a eso que algunos llaman “lo más importante de lo menos importante”.
A raíz de las pasiones desatadas por el balompié, han surgido grupos alternativos que buscan apoyar desenfrenadamente a algún club en específico. En México, como la mayoría de cosas que tienen lugar dentro de nuestro país, llegó un modelo de grupos de animación que ha generado mucha polémica en torno a sus funciones y sus constantes extralimitaciones: las barras bravas.
Un fenómeno no tan reciente
Estos grupos de animación se han adueñado de un lugar protagónico en el futbol mexicano. El gran negocio que representan para quienes las operan ha sido documentado, sin embargo, hasta la fecha, dichos grupos de apoyo suelen verse involucrados en hechos violentos sin recibir mayores castigos que simples multas y pequeñas detenciones judiciales.
Curiosamente, la relevancia de cada una de estas agrupaciones no siempre es directamente proporcional con la importancia del club al que veneran en la llamada Liga MX. El primer cuadro en presentar oficialmente la incorporación de una barra en el país fue el entonces modesto Pachuca, cuando en 1996 registró como su principal grupo de animación a la aún vigente “Ultra tuza”.
Dos años más tarde llegó a la escena futbolera nacional la famosa “Rebel” para apoyar al cuadro universitario de los Pumas en la capital. A partir de ese momento, el fenómeno se diversificó y se extendió a cada estadio de futbol profesional en el país. Las aficiones de América, Cruz Azul y Guadalajara emularon a los Pumas y formaron sus propias barras, lo que generó mayores rivalidades entre estos cuatro equipos, catalogados como ‘los grandes’.
Lamentablemente, algunos resultados en partidos determinantes, así como la evidente sobreexposición mediática de estas rivalidades cuando dichos equipos se cruzan en la cancha provocan un morbo especial que ha llegado a terminar en deleznables actos de violencia.
El colmo de esto sucedió en febrero de 2015, cuando durante la semana previa al llamado clásico del Periférico por la cercanía de sus estadios, dirigentes de las barras de Pumas y América se reunieron en el centro de la ciudad la intención de evitar enfrentamientos entre porras antes, durante o después del juego. Minutos después de finalizada la reunión, se enfrentaron a golpes en plena plancha del Zócalo capitalino.
Pero la violencia no siempre se produce entre aficionados. En marzo de 2014, uno de los grupos de animación más violentos del país, la ‘51’ del Atlas protagonizó una lamentable demostración de violencia que dejó más de 30 policías lesionados durante la realización del clásico tapatío en el estadio Jalisco. El resultado del partido pasó a segundo término luego de la riña entre barristas y autoridades.
La verdadera finalidad de una hinchada
Recientemente anexada a las filas de la barra más importante del Guadalajara, fue precisamente en ese duelo cuando Arely, de 23 años de edad, asistió por primera vez a un partido de las chivas fuera de la Ciudad de México. Y por supuesto que su experiencia fue más que desagradable luego de tal demostración por parte de los aficionados rivales.
Con gran desencanto recuerda el miedo que se podía percibir en el estadio, principalmente por parte de las familias que asistieron con niños a disfrutar del clásico que literalmente paraliza la ciudad y que terminaron por prestar mayor atención a lo que sucedía entre un sector de la tribuna de la academia y los policías que los resguardaban.
Aun así, la pasión que siente por la playera rojiblanca la ha ayudado a soportar los largos viajes y la presión que ha sentido por pertenecer a ‘La legión’. A pesar de alcanzar apenas el metro y medio de estatura, Arely no se siente desprotegida pues la hermandad forjada con los demás hinchas que siguen al equipo por tierra la hace sentirse segura en las gradas de cualquier estadio.
Una de las aficiones a las que más respeta, asegura la entrevistada es la del Cruz Azul pues no entiende cómo han logrado soportar tantos descalabros. José Luis, miembro de ‘La sangre’ y que a sus 50 años de edad se declara como uno de los mayores hinchas del cuadro de La noria explica que no se necesitan títulos para amar el escudo cementero.
Aunque en los últimos años solo ha coleccionado tropiezos, el andar del equipo adoptado por la capital del país gracias a su elevada convocatoria nacional no siempre fue así de accidentado. José Luis lo sabe, como también sabe que el bache no es eterno.
De cualquier manera, le seguiría yendo a los azules pues, asegura, solo se puede amar una vez en la vida y él entregó su corazón a una pasión que en últimamente ha resultado mal correspondida pero de la cual no se queja, simplemente la sufre. “Esto es más que ser de una barra, es entregarse a Cruz Azul”, afirmó el hincha celeste.