LOS SONÁMBULOS: LA (HORRENDA) “SUERTE” DE LOS MILLENNIALS

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La juvenil “Generación Fobaproa”, esa que hoy se ha etiquetado con el abstracto remoquete de “millenialls” pero que es producto-víctima del timo, la especulación financiera y el fraude descarado mediante ese engendro económico-político que fue primero Fobaproa y luego IPAB, recibió durante los pasados sismos los más encendidos elogios. Su coraje, ese puño en alto, ese andar infatigable entre los escombros, acarreando víveres bajo la lluvia, yendo de aquí para allá sin pedir nada a cambio, etc., atrajo las miradas más escépticas. Todo muy merecido, sin duda.

Empero, todo ese empeño y la preparación de muchos de ellos en diversos ámbitos profesionales, merecerían algo más que el aplauso general por sus innegables méritos.

Porque vistos en el diario andar, la cosa es totalmente distinta. Y si su infancia (el Fobaproa) es destino, éste los alcanzó despiadadamente, dibujando un horizonte algo poco menos que hostil ante la falta de oportunidades, que ya ni de consuelo servirá para el futuro cercano que se esboza más cruel.

La Generación Fobaproa (que anda entre los 20 y 35 años de edad, muchos de ellos nacidos ya y otros en la escuela cuando el atraco bancario-especulativo consumía cerca de 14 por ciento del PIB) es casi la mitad de la población, según el “renovado” INEGI. Del total de desempleados, que ronda los 2 millones de mexicanos, al menos 950 mil son “millennials” (Una heroicidad trágica).

Peor: según esto, la mayoría de los que tienen empleo perciben poco más de 7 mil pesos al mes y, pocos, muy pocos, unos 12 mil pesos mensuales, formando así parte de una generación que sigue siendo víctima de un fraude por partida doble:

“¿Para eso estudié? Gana más el honesto “viene, viene” que se ocupa de lavar autos o el honrado vendedor de tacos y tamales”, es una de las respuestas de la Generación Fobaproa. Tristemente, cualquiera lo puede comprobar.

Y es que en su país les dijeron a estos jóvenes que debían prepararse para poder tener una vivienda propia, alimentarse, incluso para poder adquirir un auto y una computadora o un celular. Pero pronto topan con la cicatera economía neoliberal que, además de salarios miserables, les regatea prestaciones o los subcontrata para que los consorcios puedan evadir la ley a sus anchas (las reglas que confeccionaron ellos mediante sus personeros en el Congreso Federal no bastan).

Al final resulta que, en el mejor de los casos, deben “hipotecar” parte de su vida para disponer de créditos que les permitan tener acceso a cualquier cosa, por mínimo que sea su costo. Porque un ordenador algo decente supera el salario mensual, ni qué decir un automóvil, no se hable de los créditos para esas cosas que el Infonavit y desarrolladoras llaman “viviendas”, en realidad estrechos cascarones de huevo para “hobbits” en las que sólo cabe una persona (acaso también su mascota), obligada además a compartir conversaciones con los vecinos de junto.

Sobre lo anterior habría que decir: si lo que se pretende es que los beneficiarios de la moderna arquitectura aprendan a “confiar en su vecino y evitar ese espíritu aislacionista y separatista” que está significando a nuestra época (con mensajes por celular de una habitación a otra, por ejemplo), sería mejor edificar departamentos con “ladrillos corredizos para la división de viviendas”, tal como propuso Robert Musil en el “El Hombre sin Atributos”, con espacios más amplios y cómodos y, claro, con mejor material que el que se utiliza actualmente.

La vida de los jóvenes de la Generación Fobaproa no ha podido estar envuelta en mayores tragedias casi desde su nacimiento. Los gestos solidarios, humanos y heroicos de estos jóvenes Fobaropa durante los sismos serán debidamente correspondidos por el modelo económico que los ha visto “crecer”: más espacios, no de oportunidades, sino de antisolidaridad, de anti-humanismo.

Los que los elogian o hablan de ellos evitan informarles sobre el trágico origen de su desgraciado presente, el cual también ha trazado su camino.

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