Las mujeres que forman parte del éxodo migrante y que viajan sin compañía de familiares se organizaron en grupos como mecanismo de seguridad frente a los posibles riesgos que les esperan en su tránsito por México hacia Estados Unidos.
Entrevistadas por Cimacnoticias en el albergue habilitado en Ciudad Deportiva Magdalena Mixhuca, las mujeres explicaron que luego de escuchar que los estados que van a cruzar registran altos índices de violencia y mayor presencia de grupos criminales, en particular Baja California, decidieron reunirse en grupos o formar parejas junto con otras familias para así protegerse.
El propósito de crear grupos es evitar ser víctimas de secuestros, asaltos, desaparición o extorsión, como aseguran, ya les pasó a unos, así lo dijo Maribel, migrante hondureña de 40 años de edad.
La tarde del viernes 9 de noviembre Kelly, quien dejo a su hija en El Salvador, y Merci Guadalupe, ambas salvadoreñas de 24 años de edad, se conocieron, se presentaron con sus nombres y casi en automático se escogieron como acompañantes. A pesar de llevar más de un mes caminando con un grupo de 20 personas salvadoreñas que interceptaron al éxodo migrante en El Amatillo, frontera de El Salvador con Honduras, su conversación se había limitado a un “Hola”.
Ambas se unieron al éxodo por falta de trabajo y oportunidades, salieron de sus casas con sólo dos cambios de ropas, dos pares de zapatos y 80 lempiras (66 pesos mexicanos). Ahora no recuerdan “bien” quién les dio la ropa que ahora visten, las cobijas con las que se tapan y el único par de tenis que llevan consigo y que cuidan por ser “el mejor transporte”.
Hubo días que de tanto caminar, sus pies se llenaron de ampollas o llagas que les causaron tanto dolor que las hizo detenerse.
Por esas dificultades externas y por los riesgos futuros, Kelly y Merci junto con Juana, una mujer hondureña de 18 años de edad y María, salvadoreña de 33 años, decidieron conformar un grupo. Las cuatro mujeres juntaron sus mochilas y colchonetas para pasar la noche y estar juntas a la hora de levantarse, pedir jalón o caminar por los casi 900 kilómetros que les faltan para llegar a Estados Unidos.
No obstante, antes de entrar a su carpa, una de las 7 que el gobierno de la Ciudad de México instaló para su refugio al interior del estadio, optaron por disfrutar de la película infantil que se proyectó en uno de las paredes de la carpa destinada para las familias con niñas y niños.
La ruta final para llegar a los Estados Unidos fue elegida por los dirigentes del éxodo, entre ellos una mujer. La directora de la Comisión de Derechos Humanos local, Nasheli Ramírez, les informó cuáles eran los estados con mayores condiciones de seguridad. En su última asamblea en el Estadio, el viernes pasado, uno de los líderes, Walter Cuello, subió a una tarima y explicó: “Nos vamos levantar ¡4 de la mañana! para salir a las 5 y abordar el metro ¡Sólo tenemos una hora, una hora para nosotros! De ahí a Querétaro en jalones”, repitió más de 5 veces.
Ante la poca probabilidad de que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en México proporcionara 170 autobuses que demandaron las personas migrantes demandaron durante una marcha, el 7 de noviembre, el éxodo decidió cambiar el orden de la camina: por seguridad adelante van los hombres, luego las personas jóvenes y al final las mujeres, personas discapacitadas y familias.
“Es la ruta más larga, pero probablemente la más segura. Ojalá y Dios quiera que los camiones sí lleguen”, expresó Brenda Murillo, madre soltera de 18 años, quien dejó a su hija de 5 años en Honduras, con su madre. “Los riesgos que hemos enfrentado y vamos a enfrentar uno los aguanta, pero ellos no”, dijo la joven hondureña, quien se unió al grupo conformado por 4 mujeres y sus esposos.
Brenda contó que huyó de la violencia que vivía con Mario, su pareja. Eligió irse después de que él la amenazó de muerte. Vio en las noticias que un éxodo de personas iba a partir hacia Estados Unidos, sin pensar dos veces, empacó sus cosas en bolsas de plástico y las escondió debajo de la cama. En la noche del 13 de octubre, esperó a que Mario saliera de casa para poder salir. Dejó su hija con su madre y se dirigió a la terminal de transportes de San Pedro Sula, en Honduras.
Después de un mes y medio de estar sin su hija, Brenda comentó que los más difícil para las mujeres que van sin sus hijos es hablar con ellos y que les digan palabras como “te extraño” o “regresa”. Con ella coincidió Kelly, quien aseguró que por las noches prefiere dormir sin pensar. “Recuerdo que a esta hora estaba con mi hija, le llamó y me dice –cuídate-“, y eso lo pone uno mal. “Hay ocasiones que uno, con sus propias fuerzas, no puede”, dijo.
A todas ellas la idea de migrar les llegó por las dinámicas y riesgos a los que se enfrentan como personas y como mujeres, consecuencias que son resultado de la pobreza, el no acceso a la justicia y a servicios médicos, el alto precio de los alimentos, los malos salarios y las graves violaciones a Derechos Humanos en sus países de origen.
Por ello, dijeron, a pesar de los futuros obstáculos decidieron continuar porque “cualquier opción es mejor” que las que tienen en sus países. Para las 8 de las noche del pasado viernes, María, Kelly, Juana, Brenda, y las más de 3 mil 3300 mujeres que integran el éxodo se destinaban a empacar sus pertenencias, darse un último baño, comer, amarrar las colchonetas que el gobierno de la capital les regaló a su llegada al albergue, el 5 de noviembre, y descansar.
“ARRIBA, COMPATRIOTAS”
El ruido dentro del albergue nunca paró, a media noche las personas migrantes continuaron jugando cartas, bailando y escuchando canciones de Espinoza Paz, fumaban o comían el caldo de pollo que llegó a regalarles un señor y su esposa. Nadie pudo negarse al regalo, pues el frío picaba la piel y entumecía el cuerpo.
De pronto un barullo comenzó al interior de una carpa, donde las personas dormían, ¡Agárrenlo!, gritó alguien, y el personal de policía salió del toldo de carpa donde se refugiaban. Por segunda vez, un hombre (sin identificar) había entrado en las carpas para molestar a las mujeres. Las y los policías hablaron con él y lo mandaron a otra carpa a descansar.
Otro ruido se escuchó, esta vez no fue por un disturbio, era el anunció de un segundo grupo de casi 20 personas que salía del Estadio para retornar a su país: Honduras. “Cobardes, Cobardes”, gritaron algunas personas migrantes. “Si llegamos juntos, nos vamos juntos hasta el final”, lanzaron con enojo.
Entre tanto, Meche, hondureña de 34 años de edad, quien cargaba su celular sentada en una caseta de vigilancia dijo: “Debo tener carga sino respondo mi familia piensa que ya me morí”, añadió entre risas.
Meche tiene pelo rubio, ojos aceitunados y es delgada, de todo lo que vestía sólo su gorro de lana era de ella. Contó que el gorro era un regalo de su madre, quien se lo dio la navidad pasada, “así siento que me acompaña y con este frío me viene re bien”, añadió. La joven se unió al éxodo luego de oír rumores en las calles de que una caravana antes que ésta ya había llegado a EU. “Si ellos entraron, nosotros también, ¿qué no?”, dijo.
Un hombre robusto con bigote y calvo llegó a la caseta, le pidió a Meche que ya se fuera a dormir, que mañana el día iba a ser pesado y le aseguró que él le prestaría su batería para cargar su celular. Meche accedió, se despidió y se fue a acostar a las gradas del estadio, donde había construido con cobijas y bolsas una casa de acampar.
A las 4 de la mañana otro grito se escuchó: “Arriba compatriotas, nos vamos”, “arriba compatriotas, nos vamos” y enseguida de a poquitos las personas migrantes comenzaron a estirar sus cuerpos, cepillar sus dientes, desmontar sus casas y comenzaron a salir hacia la puerta 6 del estadio Jesús Martínez “Palillo”, en dirección a la entrada de la estación del metro “Ciudad Deportiva”.
En camino hacia el metro algunas personas migrantes tomaban los desayunos, galletas o dulces que otras les regalaban. Con carriolas, colchonetas, cajas llenas de comida o ropa, bolsas con fruta, peluches, mochilas, animales, padres y madres cargando a su hijas, las personas del éxodo empezaron a subir las escaleras del metro, pasar los torniquetes y subirse a los vagones rumbo a la estación del metro Chabacano para ir de ahí a la terminal Cuatro Caminos.
Al llegar a la terminal las y los niños del éxodo se detuvieron para tomarse la foto con un árbol de navidad, otras personas se dedicaban a conseguir el “jalón” y otras eligieron caminar “más adelante seguro alguien nos suben, gracias México”, gritaban agitando sus manos en forma de despedida.
POR 900 KILOMETROS
Desagregados por los largos trayectos, el éxodo de migrantes se ha fragmento, pero aceleró su velocidad, en 5 días han cruzado los estados de Querétaro, Jalisco y Sinaloa a pie y en “aventones”. Sólo una noche se quedaron en los albergues de Querétaro y Jalisco. En los demás estados sólo hicieron paradas para comprar comida, pasar al baño y seguir su camino.
La mañana de este jueves medios de comunicación aseguraron que pequeños grupos de 200 personas ya llegaron a Tijuana, algunas descansan en un albergue, otras en las playas. Mientras tanto, otras personas del éxodo aun están en la Cuidad de Navojoa, Sonora donde policías los están escoltando en autobuses rumbo a las ciudades de Obregón y Caborca o Mexicali, en Baja California norte y Tijuana, en Baja California sur.