El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), es un mago de la comunicación al que no se le acaban los trucos. Frente a los serios problemas que tiene el país en temas de economía, seguridad, salud y combate a la corrupción, el mandatario casi siempre busca distraer a la población y utiliza los trucos que tiene en la chistera.
La economía del país está paralizada y al borde de la recesión. El crecimiento del Producto Interno Bruto el año pasado llegó a 0%, la inversión cayó 9% y, nada más en diciembre del año pasado, se perdieron 400 mil empleos. La inseguridad está peor que nunca y 2019, el primer año del actual gobierno federal, fue el más violento en la historia del país desde que se tiene registro.
Además, 2020 inició con una crisis en los hospitales públicos por cobros indebidos y desabasto de medicamentos, tras la apresurada desaparición del Seguro Popular y la pésima implementación del nuevo Instituto de Salud para el Bienestar (Insabi). Aunque con cuestionamientos, el Seguro Popular había funcionado durante los últimos 17 años para dar cobertura a la población más pobre y el presidente decidió sustituirlo, pese a que exsecretarios de Salud señalaron que hacerlo significaba un retroceso de 40 años.
El presidente que se ufanó de llegar al poder para acabar con la corrupción tiene hoy dos manchas que desdibujan su discurso y dejan claro que persigue a sus adversarios, pero perdona a sus aliados.
AMLO cerró el año pasado exonerando a Manuel Bartlett, un integrante de su gabinete, ante la denuncia periodística —realizada por nuestro equipo— de tener una riqueza inexplicable, casas y empresas. Abrió 2020 con otro escándalo —provocado por otra de nuestras investigaciones en W Radio—: Napoleón “Napito” Gómez Urrutia, un senador del partido oficialista, Morena, quien además es su líder sindical más importante, es cuestionado también por su riqueza inexplicable. Y porque en cuanto entró al Senado, su hijo fundó dos empresas que están en un posible conflicto de interés con las actividades oficiales de su padre.
Ante estos problemas, el presidente recurre a trucos mediáticos. Por ejemplo, difunde un video en sus redes sociales donde cuenta que se le ponchó una llanta a su camioneta durante una gira de trabajo, y todo mundo habla de eso. O aparece en otro video festejando el cumpleaños de su esposa, y la conversación se desvía hacia allá. Incluso el nacimiento de su primer nieto en un hospital de Houston, Texas, causó gran alharaca.
A juzgar por este primer año de gobierno, frente a una realidad roja, el gobierno tiene una respuesta como de revista rosa.
En el fondo, lo que quiere el gobierno con estos distractores es que la gente normalice la desgracia y se resigne ante la incapacidad que ha exhibido para, a más de un año de haber tomado el poder, avanzar en la solución de los problemas que prometió resolver. El método se repite continuamente y los ejemplos sobran.
Echó a andar una estrategia apresurada y mal planeada para acabar con el robo de combustible, con el objetivo de esconder que su gobierno no importó suficiente gasolina para abastecer al país. Hasta ahora, las cifras señalan que el robo no ha bajado tanto como presume el presidente.
Acusó de sabotaje a las empresas farmacéuticas para justificar el desabasto de medicinas que hubo a inicios de su gobierno porque los funcionarios no supieron realizar las licitaciones para su compra. Al final, el 24 de diciembre del año pasado, como para que nadie se enterara, otorgaron los contratos a una de las mismas empresas a las que acusaron de corruptas y supuestamente habían vetado.
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