El mensaje del presidente de la República fue claro, sabe del momento que vive su partido y no lo esconde. Llevan más de un año sin ponerse de acuerdo y no pueden elegir a su dirigente nacional. Esa condición se padece en las entidades federativas y en los municipios con mayor intensidad, provocando daños en la esfera organizativa del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA). Es un movimiento que no acaba de cuajar como partido y no por una dificultad estructural ni por carecer de cuadros políticos. Su disyuntiva es que privilegian la confrontación y no el acuerdo. Ninguno cede y todos reclaman su derecho de propiedad como derecho de autor de un partido que todavía no existe, que está en proceso de formación nacional.
Si a la confrontación interna de MORENA se suman los resultados de las evaluaciones de los gobiernos puede que la fractura sea mayor. Muchas administraciones se ganaron por la ola de la campaña presidencial que sumó el voto de rechazo al gobierno federal en turno; sin embargo, a poco más de una año de ejercicio gubernamental la percepción ciudadana puede no ser tan favorable. La tarea de gobernar no se aprende en las aulas ni con estudios de posgrado; se requieren funcionarios formados en el servicio público de carrera y en coincidencia con los valores y contenidos del partido al que se deben. Ganar no es suficiente para ejercer gobiernos de éxito o mínimamente mejor evaluados que los salientes.
MORENA ganó, pero está lejos de tener el perfil de funcionarios capaces de gobernar bajo los propósitos y principios que impulsaron su lucha. Esa curva de aprendizaje la vivió el Partido Acción Nacional (PAN) y no supo cómo administrar los asuntos públicos marcando una diferencia con su antecesor. La alternancia panista fue un fracaso porque gobernó con los mismos a los que sustituyó. Así no hay alternancia o transición política que tenga éxito. Al igual que MORENA, el PAN fue una carga para el presidente en funciones, sobre todo hicieron sentir su peso al desorientado presidente Vicente Fox. Mala, desprestigiada y desgastada la práctica política del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y su relación de subordinación al Poder Ejecutivo, pero siempre registró una relación efectiva al momento de gobernar. El PRI-Gobierno fue un binomio que hizo posible 77 años de control político. Ellos, los priistas lo llamaban estabilidad nacional.
Al presidente de México en funciones le urge un partido que lo acompañe en su desempeño político; un partido que cierre filas y no abra grietas en el país. Lo necesita para dar continuidad a la llamada Cuarta Transformación y para garantizar la estabilidad nacional. Desafortunadamente, sus cuadros dirigentes de alcance nacional están más cerca de ser dignos herederos de las peores causas organizativas de su militancia en el Partido de la Revolución Democrática (PRD); da la impresión que solo cambiaron del color amarillo a guinda, pero sus genes —llenos de contenidos académicos e ideológicos—, siguen en el sectarismo. Así no se puede avanzar en la construcción de Patria, más aun cuando son gobierno y tienen retos que superar, resultados que reportar y un pueblo al que se debe justicia. Hablar de puros y de recién llegados es dividir al partido; es la causa y origen de su desgracia. El panismo ya lo vivió y ahora navega en aguas turbulentas, registrando el peor fracaso de la alternancia política mexicana. Simplemente se lanzaron a un mar sin orillas.
Ante las declaraciones contundentes del presidente, los aspirantes a dirigir MORENA guardaron un silencio sospechoso. No fue un llamado para ir a una competencia fuerte, dura y de un alto nivel de debate, más bien siguieron en su larga confrontación anclada a la tradición perredista. Ninguno asumió como propio el llamado o reclamo hecho en la mañanera. Puede ser ocioso decirlo, pero no encontraron valor a la expresión “mucho pueblo, para tan poco dirigente”; al fin las encuestas marcan una tendencia favorable al partido hacia el proceso electoral 2021.
Es urgente que MORENA, sus gobiernos y dirigentes de todos los niveles territoriales estén a la altura del llamado del presidente. Culminar en unidad su proceso de elección interna es un buen principio para consolidar al movimiento en partido. Quienes ganen esa importante tarea están obligados a renunciar a cualquier aspiración personal de hecho y de derecho. No se puede simular para luego pretender usar la estructura partidaria y militante para fines de otra índole que pueden ser válidos y legítimos en la lucha política, pero invariablemente serían contrarios al proyecto del presidente, la 4T y los anhelos de un pueblo que votó fundado en la esperanza de avanzar con equidad y acceso real a la justicia. El presidente requiere de un partido real no de una clase dirigente sin ideales ni principios.
Fuente : https://8columnas.com.mx/opinion/mucho-pueblo-para-tan-poco-dirigente/