Cuando éramos niños, nuestros padres normalmente nos castigaban no permitiéndonos ver la tele, quitándonos los videojuegos o la radio; es más, si la falta era muy grave, hasta nos podíamos llevar hasta unos buenos cinturonazos. Sin embargo, hay padres en este mundo que prefieren inventarse castigos que son de lo más absurdos y muchas veces ponen a sus hijos en grandes riesgos.
En Japón, un niño llamado Yamato ya tenía muy molestos a sus padres, porque se la pasaba aventando piedras a los coches mientras jugaba junto a un río y de acuerdo a sus progenitores, de alguna manera necesitaba ser castigado.
Pues lo padres del pequeño de 7 años obligaron a su hijo a bajarse del coche en el bosque y le dejaron allí como castigo, pero cuando regresaron un rato después -tras recorrer con el coche unos 500 metros, según los padres- el menor ya no estaba.
“Yo solo quería corregirle, asustarlo un poco”, declaró el sábado el padre al diario japonés Sankei. El niño corrió tras el coche, pero lo perdieron de vista. Y sigue perdido.
Las autoridades niponas anunciaron hoy que no han hallado pistas sobre el paradero del niño de 7 años que fue abandonado.
Mientras la búsqueda de Yamato Tanooka continúa hoy en un área de cinco kilómetros cuadrados en la que habitan osos salvajes y adonde se han desplazado 120 agentes de policía y bomberos, su papá dijo que su única intención era darle una lección de disciplina.
Según su relato de los padres, obligaron al niño a bajarse del vehículo en el que viajaba la familia por su mal comportamiento y le dejaron solo en una carretera a los pies del monte Komagatake, en la isla japonesa de Hokkaido (norte).
Aunque el pequeño corrió detrás del vehículo, sus familiares aseguraron a las autoridades que lo perdieron de vista y que volvieron unos minutos después al lugar en el que lo habían abandonado, donde ya no se encontraba.
Los progenitores, que esperaron dos horas desde la desaparición de Yamato hasta alertar a las autoridades, denunciaron los hechos el pasado sábado por la tarde y en un primer momento mantuvieron que Yamato se perdió mientras recogían vegetales silvestres.
Posteriormente reconocieron haber abandonado al menor como castigo por su mal comportamiento, ya que había estado lanzando piedras a otros coches y viandantes durante el día que la familia pasó en el campo.
No era capaz de pedir ayuda diciendo que le dejé allí como castigo. Creí que la policía pensaría que se trataba de un caso de violencia doméstica”, añadió el padre del menor, de 44 años.
El padre del niño le dijo a un vocero de NHK, que “lamentaba mucho lo que había hecho”; porque ya saben, ese tipo de cosas siempre ayuda, ¿no? Pero hay métodos diferentes para educar a los niños sin poner en riesgo sus vidas. Tomemos a estos padres como ejemplo de como NO hacer las cosas, y menos a los niños pequeños, que básicamente son un reflejo de la vida que llevan quienes los crían.
Según la Policía, el niño vestía una cazadora negra, pantalones azules y unas playeras rojas en el momento de su desaparición y no tenía alimentos consigo.
Si bien este asunto nos resulta agraviante, hay muchos casos de violencia en contra de pequeños en nuestro país, y creo que todos debemos hacer conciencia que los pequeños confían en que sus padres no les harán daño, porque son los que deben procurar el cariño y el cuidado que los niños necesitan.
Quisiera ahora referirme a los extraños usos que se ha dado al servicio de correos por algunas personas de lo más creativas.
En algunas ocasiones, cuando los excesos con el alcohol nublan nuestro juicio y bloquean la memoria, por lo que se hace difícil llegar hasta casa. Con suerte, puedes parar un taxi y entre balbuceos lograr transmitir al sufrido taxista la dirección de tu domicilio.
Pues hubo un tiempo, a comienzos de siglo pasado, cuando ese servicio te lo podía proporcionar el Servicio Postal británico, el Royal Mail.
En 1913, en EEUU se puso en marcha el Servicio Postal de envío de paquetes. Para popularizar aquel nuevo servicio los precios eran muy competitivos y las limitaciones en cuanto al contenido y tamaño de los paquetes escasas. Eso permitió que, el mismo año que se inauguró el servicio, William H. Coltharp, un hombre de negocios de Vernal (Utah), enviase mediante este servicio los 80.000 ladrillos que necesitaba para construir un edificio o que el 19 de febrero de 1914 se enviase una niña de 4 años llamada May Pierstorff de Grangeville a Lewiston (Idaho); los padres de la niña la enviaban con sus abuelos pero no podían pagar el billete del tren y, aprovechando una laguna en la normativa, pagaron 53 centavos en sellos -pegados en su ropa- y la enviaron por correo.
Conforme se iban produciendo estas situaciones, se iba adecuando la normativa.
Y lo mismo debió pensar el inglés Reginald W. Bray. Bray era un coleccionista de sellos, postales, billetes de tren, e incluso de novias (antes de casarse con su esposa Mabel había salido con sus dos hermanas). Llegado el momento, quiso poner a prueba al Royal Mail enviando toda clase de objetos para comprobar la eficacia del sistema postal y si cumplían su propia normativa.
Se calcula que llegó a enviar unos 32.000 objetos, tan variados como un cigarrillo a medio fumar, el cuello de una camisa, un bombín, un cráneo de conejo (la dirección en el hueso nasal y los sellos pegados a la parte posterior), un penique, un rábano (con la dirección tallada), una zapatilla, algas secas, una tubería, etc.
Eso sí, antes de poner a prueba el sistema se había estudiado con detalle la normativa para que no le pudiesen rechazar ningún envío por incumplimiento. Los destinatarios de estos paquetes eran sus amigos y él mismo, y procedía de la siguiente forma: si el objeto era lo suficientemente pequeño, lo metía directamente en los buzones; en caso contrario, los llevaba en persona a las oficinas postales. Como la mayoría de los paquetes eran entregados en su destino, decidió ir más allá y probar con seres vivos.
Igualmente se estudio la normativa y comprobó que, cumpliendo en tema de tamaños, se podía enviar desde una abeja hasta un elefante. Así que, decidió probar con un tamaño intermedio, su perro Bob.
El 10 de febrero de 1900, Bray se presentó con Bob a las 18:54 en la oficina de Forest Hill, cercana a su domicilio, para un nuevo envío; a las 19:00 Bob era entregado en la casa de Bray. Y entonces quiso probar con él mismo.
El 14 de noviembre de 1903 un cartero de la misma oficina hacía entrega de un paquete certificado; el propio Bray en bicicleta. Para evitar el costo por el peso de la bicicleta -las tarifas dependían de la distancia y el peso de los paquetes-, Bray fue pedaleando y el cartero simplemente hizo de “guía” hasta su casa.
Según la normativa actual de la Royal Mail, lo mismo que la mayoría de operadores postales, se sigue permitiendo el envío de determinados animales vivos, como abejas y otros insectos tales como grillos o gusanos de seda, pero los perros y otros seres vivos, incluidos los seres humanos, están prohibidos.
La conclusión de Bray, publicada en un artículo de prensa, fue que:
“Este servicio era particularmente útil cuando en una noche de mucha niebla, típica de Londres, en la que no puedes encontrar la casa de un amigo, en lugar de vagar durante horas puedes dirigirte a un oficina postal y que te lleven. Igualmente, cuando has bebido en exceso y eres incapaz de encontrar tu casa, el cartero te podía llevar. Y, sobre todo, porque este servicio es mucho más barato que coger un taxi.”
Con tamaño gusto por la “innovación” en la entrega de envíos, si Bray hubiera vivido en nuestros días probablemente los nuevos sistemas de entrega en consignas automáticas a domicilio como Estafeta o DHL habrían hecho sus delicia ¡quién sabe qué extravagantes posibilidades no previstas por sus creadores habría descubierto!