NORMA SARABIA, PRIMERA MUJER PERIODISTA PRIVADA DE LA VIDA EN LA 4T

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* Van 14 periodistas asesinados ante silencio de gobierno.

Una patrulla de la Policía Municipal de Huimanguillo se estacionó frente a la casa de vibrantes colores para resguardar la escena.

Sobre la calle Nicolás Bravo hay una primaria, una secundaria y un bachillerato, además de oficinas de dependencias federales y hasta de la Comisión Federal de Electricidad (CFE). Es normal el barbullo del mediodía. Entonces llega un par de periodistas y se instalan frente a la vivienda, detrás de la cinta de “prohibido el paso”: así se reportea la muerte de una colega.

Norma Sarabia Garduza tenía 45 años cuando fue asesinada. Era reportera de información policíaca para el “Diario Presente” y su periódico de nota roja, “El Sol del Sureste”, así como para el “Diario Avance”. También trabajó 15 años para el “Tabasco Hoy”, aunque ya no enviaba porque le dejaron de pagar y tenían un fuerte adeudo.

La periodista de “La Chontalpa”, como se le conoce a esta región de Tabasco, se convirtió en la primera comunicadora mujer en ser asesinada durante el sexenio de Andrés Manuel López Obrador y la número 14 del 2019, aunque el gobierno federal se niega a reconocer la labor informativa de cinco de ellos.

El calor durante junio en Tabasco es desesperante, el aire se siente espeso. A pesar de todo, un policía no tiene reparo en dormir en el asiento del copiloto, mientras otro habla un poco sobre Norma, a la que se refiere como una buena periodista, una que dominaba la nota roja y que había formado estrechas relaciones con las corporaciones de seguridad.

Entonces dirige la mirada a la casa verde, rosa, azul y naranja, la que está a un lado de un canal de aguas negras. Las paredes y rejas de colores alegres están rematadas por colguijos de plantas de plástico y el arriate de un árbol de limón en la acera. Y todo el rompecabezas cromático se encuentra encerrado por la línea de seguridad: en la reja naranja que protege una escalera toda verde hay dos huecos de proyectiles, en el primer escalón, una veladora, y en el piso, sangre seca. Sangre de Norma.

Según cuenta el policía, Norma llegó a su casa por la noche, cerca de las 9 y media. A veces se detenía a hablar con la gente en la banqueta. Ya se disponía a abrir la reja para subir a su casa, cuando desde una moto le gritaron su nombre. Volteó en una reacción natural que le dio la seguridad a los asesinos de que se trataba de ella y sin piedad llovió plomo. La periodista falleció ahí mismo. La mayoría de las balas (entre tres y cinco) perforaron su cuerpo y otras, el portón.

A la mañana siguiente, los periodistas toman fotos de esta escena. Dan su reporte. Otro hace una transmisión. Así es este trabajo: a veces te toca narrar el asesinato de uno de los tuyos. “Nosotros damos voz al pueblo, pero a nosotros quién nos respalda?”, pregunta retóricamente una periodista mientras fija sus ojos en la reja baleada.

LA REINA DE LA NOTA ROJA

Como a la 1 de la tarde llega el féretro de Norma a las instalaciones del velatorio del DIF Municipal, en pleno centro de Huimanguillo. Sus hermanas han dado férreas instrucciones a periodistas veteranos como a amigos y familiares de no dar declaraciones a la prensa, pues el temor abunda en el aire.

Cuando por fin llega la camioneta de los servicios funerarios, las puertas traseras se abren y seis personas cargan el ataúd con una Virgen de Guadalupe labrada en la tapa. Aplaude la gente.

Norma era la única reportera policíaca de Huimanguillo. “Era la reina, la reina de la nota roja”, apunta un colega suyo, que se refiere a ella como su mentora. La periodista era de carácter fuerte, que igual te mentaba la madre como te pasaba un dato.

Ella no estudió periodismo, pero eso no le impidió desarrollar su labor con pasión. No había hecho policíaco que se le escapara. Pero la forma en la que se desarrolla el periodismo en La Chontalpa, como en todo Tabasco y, vaya, en todo el país, cambió con los años. Ahora ya no eran sólo accidentes o detenciones administrativas, sino que la huella del crimen organizado se extendía como un cáncer.

Sarabia, como se referían algunas fuentes a la reportera, no escatimaba en detalles en sus notas, como dan cuenta los registros hemerográficos. A veces compartía datos escabrosos, pero le pedía a sus colegas que firmaran sus notas para que no pensaran que ella la escribió. Ya había pequeños indicios de miedo, de amenazas que no quiso velar. Incluso, asegura uno de los reporteros, si hubiera contado lo que le estaba pasando, si hubiera denunciado antes de ese fatídico martes 11 de junio, quizá esta historia no se hubiera contado.

Hace más de un año había dejado de enviar información al “Tabasco Hoy” porque el periódico entró en crisis y dejó de pagarle. “Le debían como 20 mil pesos”, confiesa un colega, al tiempo que muestra su WhatsApp y las conversaciones que tenía con Norma. Apenas unas horas antes de su asesinato, ella le compartió fotografías y datos de hechos de sangre, algo tan común para los reporteros policíacos en estos tiempos de las nuevas tecnologías. La última vez que estuvo en línea fue a unos 20 minutos antes de su muerte.

OTRA VIDA

La vida de una reportera policíaca es cansada. Norma enviudó hace varios años, pues su esposo, un judicial, fue asesinado. Unos tíos que se animan a hablar, la describen como una mujer muy alegre. “Siempre le decíamos que era un trabajo riesgoso, no estamos en los tiempos de antes”, cuentan con tristeza.

Por eso y los mensajes de quejas ciudadanas, los reportes policíacos, la sangre, los homicidios, desapariciones, las salidas de madrugada, el crimen que no duerme ni pestañea si quiera, por esa vida acelerada y acongojante, Norma estaba a punto de dejar el periodismo.

De hecho, ya se encontraba en el noveno semestre de Psicología de la Universidad Popular de la Chontalpa, “la que inició el Presidente de la República”, asegura un periodista amigo suyo, en referencia a Andrés Manuel López Obrador, oriundo de Tabasco.

“¿Qué esperan de Andrés Manuel, de su paisano, para ustedes como periodistas?”, se le pregunta a un veterano que recién fue reconocido y que conoce a Norma de muchos años, pero no quiere hablar casi, porque se lo pidió la hermana de la reportera.

El otro amigo de Norma, más abierto, cuenta que ella estudiaba los sábados en la universidad que está a unos quince minutos de Huimanguillo, muy cerca de Cárdenas. Ya le faltaba un mes para graduarse y esperaba obtener un mejor trabajo en la docencia.

De medio tiempo, desde hace un par de años, trabajaba en una secundaria como secretaria y recién había obtenido una base, pero deseaba que con el título universitario, las cosas mejoraran y pudiera alejarse de la nota roja. “Quería un poco de paz, ya estaba cansada de que la gente siempre la buscara”. Sobre todo, Norma quería dedicarse a su hijo, un menor de edad en los inicios de la adolescencia, quien miraba todo lo que pasaba con una terrible incredulidad. Una noticia indigerible.

Entonces llegan sus compañeras de estudios cargando una corona de rosas. “Te amamos”, se lee en la cinta. Y la sala del velatorio se llena del aroma de esta flor, de tantas que hay en el interior. Afuera, algunas personas traían lentes de sol para cubrir de los rayos y para cubrirse los ojos hinchados del llanto.

REPORTEAR EN EL EDÉN

A excepción de Norma, los demás reporteros de Huimanguillo, unos cuatro o cinco, se dedican a la información general y política. En la planta baja del Palacio Municipal —un edificio feo de color blanco con gris— hay tres cámaras registrando quién entra y quién sale. Posiblemente haya más cámaras en el Ayuntamiento que en toda la ciudad.

En la segunda planta hay un cubículo previo a la oficina cerrada de Presidencia. De ahí, un hombre que se esfuerza excesivamente por parecer amable, el secretario particular del alcalde, se disculpa para decir que el edil no puede atender a una entrevista porque está ocupado con las audiencias públicas.

Tres periodistas llegan e insisten hablar con el presidente. Que no va a atender, que está ocupado, les dicen y los hombres de chalecos bordados le reviran que no se moverán hasta que salga, que tiene que hablar, tarde o temprano, pues ¿acaso no se entera de lo que está pasando en su municipio? ¿Que es noticia nacional?

José del Carmen Torruco Jiménez es presidente de Huimanguillo del 2019 al 2021 y ganó con Morena. La página de su Ayuntamiento está plagada de los anuncios de los programas sociales de su paisano Andrés Manuel. Curiosamente, dice el mismo sitio digital del municipio, la palabra Huimanguillo significa “lugar de grandes autoridades” o “lugar del cacique principal”, pero al menos ese día, lo que más ausente se nota es la presencia de alguien que dé la cara por el caso de Norma.

El secretario particular manda a otros reporteros a la planta baja con la regidora segunda y síndico de Hacienda, Anayansi De Jesús Herrera Hernández. De la sala de Cabildo, la auxiliar sale y se disculpa para decir que su jefa no está, “que anda en Villahermosa en curso, de Salud”. Y cuando se le pregunta si acaban de iniciar la administración, la empleada apenas atina a decir, visiblemente confundida, “pues creo que sí, creo que el año pasado fueron las elecciones”, a pesar de que lleva bordada en la camisa “2019-2021”.

No hay respuesta oficial ni postura al respecto por parte del Ayuntamiento de Huimanguillo. Es que no se trata de la “Flor de Tabasco” (el certamen de belleza por excelencia de la entidad) que ganaron este año, pues ese hasta lo promocionan en su página digital, en ese tipo de anuncios que saltan a mitad de la pantalla.

Huimanguillo, el lugar que carece de autoridad pese a su nombre, es el municipio más grande de Tabasco. En sus más de 3 mil 700 kilómetros cuadrados hay dos ciudades y un reguero de villas, pobladores, rancherías y ejidos con nombres que se repiten, pero se diferencian entre sí por la tan característica tabasqueña de llamarse “primera sección, segunda sección” etcétera.

En ese gigante reporteaba Norma. No sólo lo que ocurría en la cabecera, sino en los hechos que se daban entre los límites de Veracruz y Tabasco, como la ciudad de Las Choapas, con la que Huimanguillo también comparte límites con Chiapas.

En el terreno en donde hace unos tres mil años floreció la cultura Olmeca y sus colosales cabezas, ahora se esparcía sangre. Ya no es igual desde hace unos seis años, atina un periodista de nota roja, de Cárdenas, ya no son sólo choques, son fosas, desapariciones y ejecuciones.

Tabasco, la tierra del presidente, donde el huachicoleo era famoso desde antes de que abiertamente se iniciara la lucha del gobierno federal contra el trasiego de combustible, donde el negocio de la venta de estupefacientes ha desatado una oleada de violencia sin precedentes, ese es el Edén en donde reportean periodistas sin saber realmente a qué enfrentarse. Y de entre todas las ciudades, es a Huimanguillo a la que más miedo le tienen, “porque aquí no sabes con quién te metes, porque aquí apenas vas entrando a la ciudad y ya saben que llegaste”.

La mayoría de los periodistas de la zona son empíricos, si acaso uno estudió Comunicación, es mucho. El periodismo, sobre todo el de nota roja, se ha convertido en una fuente de empleo en confrontación al trabajo de obrero de Petróleos Mexicanos. Pero la incertidumbre se va instalando en sus corazones: no hay marchas ni protestas ni posicionamiento por Norma. Primero, por su familia, segundo, porque en Tabasco van dos periodistas asesinados en el 2019 y ni siquiera hay cohesión en el gremio.

AL OTRO LADO DE LA FRONTERA

En Veracruz, el día que velaban a Norma Sarabia, un reportero del puerto sufrió una privación de la libertad. Las reacciones fueron más rápidas, posiblemente porque después de más de una veintena de asesinatos de periodistas en lo que va de la década se ha convertido en un trauma difícil de borrar.

En Veracruz dolió el crimen de Norma, porque el estado vecino, el país entero, está lleno de “Normas” que reportean el odio, la sangre, la muerte, la crueldad, el asco, el desprecio, la impunidad. Sobre todo la maldita impunidad.

Los periodistas tabasqueños aún se vislumbran sorprendidos, temerosos y confundidos. Definitivamente creen que el trabajo periodístico de Norma, quien todavía firmaba sus notas policíacas en el “Diario Presente”, fue el factor por el que acabaron con su vida. “Si quizá ella hubiera denunciado”, repite su amigo, sin querer confesar a qué se refiere.

Del otro lado del edén, donde no crecen con tal exhuberancia esas enormes ceibas, los rojos cedros, el palo mulato, el cacao y el plátano, allá en Veracruz, la misma tarde que se le da adiós a una periodista, piden que otro aparezca con vida. Porque “ni periodistas fifís, ni periodistas chairos”, porque ya ha sido demasiado. Porque esto ya no puede seguir así.

Para cerrar una jornada triste, fatídica para la Libertad de Expresión, uno de los mejores ilustradores (y moneros) de Veracruz, Bruno Ferreira, anunció que ya no dibujará más caricaturas políticas. “No me parece que existan las condiciones de seguridad en el estado de Veracruz para ejercer a plenitud la sátira política como a mi me gusta practicarla: irreverente, incorrecta, mordaz, burlona, y directa. Y no veo que esto mejore a corto plazo”, anunció en sus redes.

Podríamos pensar que es uno de los días más tristes para el periodismo. Pero no. Es uno de muchos, de decenas. Uno por cada periodista, locutor, reportero, fotógrafo o comunicador asesinado en este México que compite con Afganistán o Irak, al extremo de la censura, el ocaso de la libertad.

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