El proceso de deterioro progresivo del medio ambiente parece contar con la complicidad de los grandes intereses internacionales vinculados con la extracción de petróleo y la explotación del gas y la minería, actividades, todas ellas, vinculadas con las grandes emisiones de dióxido de carbono, precursoras del efecto invernadero, el principal peligro para la existencia de la humanidad.
A finales de 2015, encabezados por Obama y Putin, se reunieron en París los jefes de Estado y de gobierno de 195 países (China e India incluidas), con el propósito de firmar un compromiso internacional destinado a reducir las emisiones, a la atmósfera, de gases contaminantes en el seno de la XXI Conferencia Internacional sobre el Cambio Climático (COP 21), instalada en la ciudad luz.
El acuerdo fue producto de un arduo trabajo político encabezado por el gobierno estadounidense. Se pretendía lograr un anhelo universal largamente pospuesto a causa de la recia oposición de gigantescos intereses empresariales, los cuales, públicamente, desdeñaban, vilipendiaban, los resultados de las investigaciones de varias centenas de científicos en todo el mundo, pronosticadores de una catástrofe climática, cuyas evidencias se acumulan, diariamente, a causa del calentamiento promedio del ambiente en el globo terráqueo, patente en el deshielo progresivo de los cascos polares, en la elevación, levemente perceptible, del nivel de los mares, en la irrupción repetida de fenómenos climáticos con violencia desconocida y en la manifiesta incapacidad de los mares para absorber los gases de dióxido de carbono emitidos a la atmósfera, etcétera.
“¡Son simples cuentos chinos!”, argumentó el superficial e ignorante presidente Trump cuando anunció la decisión del gobierno estadounidense de desconocer los acuerdos de la COP 21. De esta manera cumplía uno de los compromisos adquiridos durante su campaña electoral y correspondía a las generosas aportaciones empresariales recibidas en apoyo a su triunfo electoral. Habían vencido los intereses de las grandes empresas petroleras, gaseras y mineras, tenaces opositoras a cualquier acción tendiente a limitar sus actividades y sus utilidades, aunque esa victoria pírrica conduzca hacia el deterioro de la calidad de vida de la civilización.
Algunos minimizan el alcance de la decisión del presidente Trump con el argumento de que la COP 21 ofrecía resultados muy modestos: Reducir entre 40 y 70 por ciento las emisiones de efecto gas invernadero en 2050 y suprimir las emisiones adicionales a la atmósfera a finales del siglo. Para algunos pueden antojarse resultados modestos, pero al menos realizables. Además, alegan la ausencia de compromisos por parte de los países productores de hidrocarburos para reducir sus explotaciones. No es el espacio para un debate de este género; baste consignar que la reducción de la demanda de hidrocarburos, implícitamente, daría lugar a una correlativa disminución de su producción.
La decisión del gobierno estadounidense significa un serio golpe al progreso y expansión de las llamadas energías “limpias”: Solares, eólicas, hidráulica y nuclear, principalmente. Constituye, además, un desincentivo a los sistemas de transporte eléctrico alternativo. El deterioro de su entorno ambiental parece ser el destino de la gran aldea colectiva denominada Tierra. ”Business are business” sigue siendo el lema de la derecha retardataria, miope e ignorante, defensora intransigente y aldeana del gobierno encabezado por el señor Trump.
Cuando asumió el cargo de presidente de la nación militar y financiera más importante, muchos pensaron que la inaplicabilidad de sus promesas de campaña obligaría al gobernante electo a rectificar sus intenciones. Se equivocaron. Tan pronto arribó a la Casa Blanca comenzaron los preparativos para su reelección, la cual sólo es viable en la medida que cumpla con los compromisos contraídos a lo largo de campaña, pues no se va arriesgar a reclamos de incumplimiento. Tiene a su favor un argumento persuasivo para las mentes ignorantes de sus simpatizantes: “Lo intenté, pero los intereses creados en Washington se interpusieron en mi camino. Ahora, con más experiencia y abatidos muchos de los grupos influyentes, estaré en condiciones de cumplir mis compromisos con el pueblo estadounidense”. Haciendo caso omiso a todas sus patentes limitaciones mentales y culturales, sus simpatizantes se mantendrán leales y activos. En esas condiciones resulta difícil imaginar un “impeachment” para destituirlo.
Me temo estar describiendo la triste realidad de un poderoso país dominado, políticamente, por una generación de blancos, xenófobos, protestantes y anglosajones precariamente ilustrados, los denominados WASP. Seguiremos enfrentando nuevos “trumpasos”.