Varillas, palas, picos, palos, uno o dos pares de guantes; coraje y la esperanza viva es todo lo que necesitan para buscar en las entrañas de la madre tierra los restos de sus seres queridos. El grupo nació en 2014, en El Fuerte, Sinaloa, y las conocen como Las Rastreadoras.
Hace unos meses, mujeres de Guaymas y Empalme les pidieron ayuda; también formaron un grupo para buscar a más de 200 desaparecidos de 2015 a la fecha. La región respira ausencia, sangre y violencia.
El colectivo de El Fuerte lo componen más de 130 mujeres, fue el primero que surgió en México. Mirna Nereyda Medina Quiñonez, su fundadora, inició sola la búsqueda a su hijo, quien desapareció el 14 de julio de 2014. Tres años después lo encontró en un paraje de la comunidad de Ocolome, municipio de El Fuerte, Sinaloa.
El activismo de Las Rastreadoras va en aumento, organizan y apoyan colectivos en Sinaloa, donde ya suman siete grupos que han localizado los restos de 115 personas desaparecidas. Aún les faltan 602, más las que se acumulen.
Han participado y auxiliado en el rastreo de cientos de restos de víctimas de desapariciones forzadas en México. Sus manos han trabajado en Veracruz, Guerrero, Chihuahua, Nuevo León y Coahuila.
Actúan en coordinación con la Fiscalía General de Justicia del Estado (FGJE) y la Procuraduría General de la República (PGR), quienes les facilitan capacitación en antropología y arqueología forense con especialistas nacionales e internacionales para mejorar las técnicas de búsqueda, identificación y documentación, dentro del marco legal.
Entre sus grandes experiencias destaca la participación en un Foro de Antropología Forense en Guatemala, en cuyo trabajo de campo encontraron tres personas desaparecidas en 1981, durante la guerra civil de ese país.
La primera condición para ser rastreadora es perder el miedo a la vida y a la muerte ante las constantes amenazas por parte de integrantes del crimen organizado.
Almas vivas en pena
“Almas vivas en pena, así somos”, no queremos culpables, sólo buscamos recuperar a nuestros tesoros, expresa entre lágrimas Rosa María Kinijara, a quien el dolor de sus palabras se le convierte en gruesas lágrimas que le humedecen el rostro.
Su hijo, Fernando Valadez Kinijara, de 30 años, fue levantado el 11 de agosto de 2015, en la avenida Serdán, la más transitada de Guaymas. A la fecha nada sabe de él.
Con la voz entrecortada y con profunda tristeza, narra a EL UNIVERSAL que ese día le dio un vale para que lo cambiara en Banco ConCrédito y comprara los útiles escolares de sus hijas. Fernando, quien era pescador, tenía tiempo trabajar en el mar porque se había lesionado gravemente un ojo.
“Lo estuve esperando todo ese día pero no regresó, a la mañana siguiente fui a buscarlo a su domicilio ubicado en la colonia Pesqueira, me percaté que no había prendido el aire acondicionado y la puerta estaba cerrada, me imaginé que nunca llegó a su casa”, cuenta.
Rosa María narra que luego se dirigió a la casa de su hermana, donde su sobrina le comentó que sabía del reciente levantón de un muchacho en el centro de la ciudad de Guaymas. Habló al banco y le informaron que el vale no se había hecho efectivo. Su corazón de madre no la engañó.