El día de ayer se cumplieron dos meses del gran sismo que azotó a la Ciudad de México, Morelos, Puebla, Guerrero y Oaxaca, dejando más de 360 muertos y cientos de damnificados.
Rodrigo Ramos, un cocinero que se dedica a crear productos culinarios innovadores, decidió volcar todos sus esfuerzos en fabricar comida enlatada que pudiera llegar hasta los pueblos más alejados. “Cuando nos dimos cuenta de lo que acababa de pasar, supimos que era el momento de donar todo el alimento que habíamos hecho”, explica.
Hace justo dos meses, el cocinero mexicano Rodrigo Ramos estaba a punto de tener una reunión de negocios con la central de abastos de Ciudad de México para presentar su nueva propuesta de comida enlatada. Después de años de investigación, de hacer pruebas de presiones y de cambios de temperatura, había logrado una fórmula precisa para hacer latas de comida baratas, sabrosas y capaces de mantenerse en buen estado durante cinco años. Además de hacer negocio, Ramos pensó que su producto podría servir también para acabar con la desnutrición infantil de México.
Pero la cita nunca llegó a producirse. A las 13:14 horas del 19 de septiembre, la tierra empezó a temblar en Ciudad de México. Este sismo se saldó con más de 360 fallecidos (aunque es probable que esta cifra aumente), innumerables destrozos en la capital, Morelos, Puebla, Guerrero y Oaxaca, pero también con decenas o cientos de historias interrumpidas.
“Estaba en un edificio público. Estuvimos dos o tres horas en las que no podíamos salir de esas calles, justo en el centro de la capital”, recuerda Ramos. “Cuando nos dimos cuenta de lo que ac
ababa de pasar, supimos que era el momento de donar todo el alimento que habíamos hecho a las personas afectadas por el terremoto”.
La idea de cocinar y enlatar comida surgió en España, justo cuando Rodrigo trabajaba en el servicio de catering del Palacio Real. Durante su estancia en Madrid, empezó a investigar las temperaturas y las presiones que se necesitaban para poder hacer comidas en conserva que no necesitasen refrigeración. Unos meses después, se trasladó a Zaragoza para alquilar instalaciones en una fábrica y poder realizar pruebas. “Fueron muchos años y muchas latas explotadas”.
“Se me ocurrió que esto podría servir para acabar con los problemas de alimentación del mundo. Me di cuenta de que no solo era un negocio, sino que podía ayudar a todo el planeta”. Rodrigo regresó a su país de origen, consiguió socios e instalaciones. Un mes antes del terremoto, recibió desde España toda la maquinaria necesaria para elaborar platos de picadillo de difer
entes sabores con el aporte de nutrientes necesarios equivalentes a una comida diaria.
Y, de repente, llegó el terremoto. Ramos habló con sus socios y decidieron donar las primeras 2 mil latas de comida que tenían preparadas en ese momento. En estos dos meses han fabricado y donado 7 mil unidades más. “Por la noche del mismo día del sismo, fuimos a los albergues y a las zonas de derrumbe, y vimos que había mucha comida perecedera. Nos dimos cuenta de que era un error llevar las latas a los albergues”.