Cómo esquivar las trampas de la mente y regular las emociones para mejorar la calidad de vida.
El psiquiatra Walter Ghedin y la actriz Silvia Pérez, instructora de yoga y meditación, se preguntan por esa meca de los humanos, por ese sentimiento indescriptible que se toca de a momentos, se esfuma por otros, y se anhela constantemente.
El libro Autogestionarse la felicidad (Ed. Lea), de reciente edición, desarrolla técnicas de respiración, relajación y sueño, junto con reflexiones sobre el deseo, los vínculos y el amor. Como el “hágalo usted mismo” de Utilísima pero en relación la autogestión de la vida espiritual-sentimental. La llave para lograrlo es un splash desprejuiciado hacia las propias emociones para chequear, medir y revisar qué estrategia “yoica” (de la personalidad) de autoboicot nos impide llegar a la meta.
En este fragmento que compartimos, entramos al dark side de la cuestión, a esa zona que no nos gusta a veces mirar, pero que comprende conductas repetitivas y tóxicas que deberíamos evitar para que la efigie nos deje pasar al siguiente nivel: esa paz interior que, sospechamos, los lamas tibetanos conocen al dedillo, pero que a la gente de ciudad nos elude. Compartimos un fragmento del libro:
Las crisis, por su poder movilizador, nos invitan a pensar las cosas de otra manera; quizá no en un principio, cuando estamos embargados por la angustia.
Quiero referirme a aquellas cosas que hacemos para que el bienestar se aleje rápidamente y el miedo avance. Quizá la felicidad sea siempre un misterio, un bello misterio que nos toca y se aleja, casi con la vergüenza de un púber que se asoma al sexo y no sabe si es mejor el placer o la culpa. Porque también hay culpa, como si no fuésemos merecedores, incapacitados de sostener el “éxito”. Si bien existen capacidades intrínsecas, que están subyacentes esperando ser tenidas en cuenta para desarrollarse, no siempre nos damos cuenta de su presencia, o bien sabemos que están, pero ignoramos cómo convertirlas en deseo y en acción.
Veamos algunos puntos a tener en cuenta:
1) Tomar conciencia
Las revelaciones pueden ocurrir espontáneamente (“hice un clic”) especie de insight que nos conecta con una manera nueva de ver la realidad y de reaccionar a su influjo. Sin embargo, no debe convertirse en una espera, que “alguna vez suceda”, o de creer que “si le pasó a otro a mí también me va a suceder”. Tampoco sirve imitar lo ajeno, o valerse de fórmulas prefabricadas. Las crisis, por su poder movilizador, nos invitan a pensar las cosas de otra manera; quizá no en un principio, cuando estamos embargados por la angustia, pero a medida que nos calmamos “vemos y pensamos” diferente. Hacer el ejercicio de poner en la balanza lo perdido y lo ganado; el bienestar y el malestar; lo deseado y lo impuesto, ayuda a transitar el momento.
2) Reconocer las creencias o pensamientos intrusos
Cada suceso se acompaña de imágenes que llegan a la conciencia para ayudarnos, reconociéndonos valientes o por el contrario, lábiles y pusilánimes. Por supuesto que la angustia no permite ver lo mejor de nosotros creando una neblina casi imposible de sortear. La angustia activa las peores imágenes y el panorama se vuelve oscuro y difícil. Esta es una condición inevitable de la vida emocional, a menos que tengamos un narcisismo a toda prueba que nos rescate ante la mínima situación adversa. Un adolescente se siente casi derrotado por el primer desengaño amoroso, o por perder el trabajo que lo llenaba de proyectos, sin embargo, en un futuro, serán recuerdos y experiencias de vida.
La mente “agranda” los problemas, convirtiéndonos en pequeños y frágiles humanos frente a una bola informe que se nos viene encima. Las imágenes que se imponen en la mente nos vuelven inhábiles, torpes; sentimos que el destino nos juega siempre en contra.Reconocer estas creencias es el primer paso para saber cómo funciona el Yo herido: “sé que en situaciones complicadas reacciono de esta manera”. Este saber no es menor; especie luz roja que nos dice: “esperá, no tomes decisiones, no es el momento” o “pedí ayuda, no estás pudiendo con tu malestar”. Así como vamos conociendo los mensajes de nuestro cuerpo físico, también lo hacemos con las señales del mundo subjetivo.
Sentimientos de carencia, vacío, extremismo y otros enemigos de la felicidad.
3) Regular las emociones
El estado afectivo de base se denomina timia o estado de ánimo. Se manifiesta a lo largo la vida y lo diferenciamos de los “picos” de placer o de displacer, que ocurren sobre esta base afectiva. Además de esta esencia emocional se suma el temperamento o modo de reacción (con base neurobiológica) que es un factor crucial íntimamente ligado a la construcción de la personalidad. La sabiduría humana se centra en dos aspectos básicos: la regulación del deseo y de las emociones. Del primero aprendemos a dirigir la vida hacia el desarrollo pleno, del segundo a acompañarlo con sentimientos que sean congruentes.
4) Reconocer los sentimientos de vacío
La emoción suele presentarse en forma de vacío existencial, especie de pozo interno, insondable. Esta sensación desagradable, que nos pone frente a la incertidumbre de la vida, lleva a tomar decisiones urgentes y desafortunadas con tal de dejar de sentir el malestar. Los impulsos llevan a ejecutar conductas no deseadas: comer, comprar, demandar, ocupar el tiempo en tareas que no satisfacen, etc. El sentimiento de vacío es tan poderoso que se impone con fuerza dirigiendo las acciones con el fin de ser colmado. Y no solo es la emoción desagradable, también se imponen pensamientos, imágenes que empiezan a ocupar el lugar de una verdad.
Las personas con sentimientos de vacío piensan y actúan de modo irracional. El motor no es el deseo (pasible de ser evaluado, controlado), sino la carencia que necesita ser satisfecha. El vacío es una vivencia primitiva, asociado a las primeras experiencias fisiológicas de alimentación y afecto. Así como el bebé necesita del afuera para satisfacer sus necesidades fisiológicas, en los adultos son las insuficiencias emocionales las que deben ser completadas. Se impone la urgencia de que el otro esté presente “ya” (hijo, padres, amigos, pareja, terapeuta, etc.). La vivencia de vacío no puede esperar, es aguda, pero también puede volverse crónica, llevando al sujeto a un estado de insatisfacción permanente, que solo puede ser aplacado por la presencia de ese otro idealizado; porque no solo el otro real: “es el otro como yo quiero que sea”.
5) Morigerar las conductas dañinas
A medida que conocemos los aspectos citados anteriormente (tomar conciencia, reconocer pensamientos y creencias, regular las emociones) estamos en mejores condiciones de dosificar las conductas. Si no conozco lo que me pasa y cómo funcionan los engranajes que están detrás de todo acto no voy a poder comprender el porqué de los comportamientos. Y no me refiero un saber más profundo cómo es la ayuda psicoterapéutica, hablo de un primer paso necesario de búsqueda de un saber personal que ayude al paso siguiente, que luego sí estaría dado por el abordaje profesional de la subjetividad. La vida urgente nos obliga cada vez más a contar con datos y herramientas para afrontarla con más asertividad, pero además estamos compelidos a adaptarnos a multiplicidad de nuevas formas sociales, culturales y tecnológicas que nos abruman día a día. El resultado es una gran exigencia que pesa sobre nuestras espaldas y mucho más cuando debemos encarar las demandas externas en constante reciclaje.
Porque no luchamos para ganarle al tiempo o llenarlo con múltiples actividades, lo hacemos para que la vida tenga algún sentido. Y en esta búsqueda que de por sí es maravillosa, queremos tomar atajos, que nos resulte más liviana; construimos así ideales de tranquilidad y de superación. Otro motivo más para cargar en las espaldas. Las conductas son dañinas cuando nos pasan por encima, cuando hay poco y nada de participación consciente que nos indique qué es lo mejor que podemos hacer. Aún equivocándonos, la conducta será más fructífera cuando posea algo de lo propio en la decisión tomada.
Extractos del libro Autogestionar la felicidad (Editorial Lea), de Walter Ghedin y Silvia Pérez.