Dicho así, para no decirle “tarada” e hipócrita.
La idea de esta reflexión me llegó de la mano de la amistad; y me pareció genial porque refleja la crisis institucional que vive México.
Cuenta mi amigo que: si un tipo de derechas no es cazador o no le gustan las armas, no caza ni compra armas; en cambio, cuando un tipo de izquierdas no es cazador ni le gustan las armas, va y pide que se prohíban ambas; e igual ocurre si se trata del vegetarianismo, homosexualidad, desempleo, un programa de televisión, asuntos de fe, problemas económicos, la libre difusión de las ideas o la búsqueda de la felicidad.
En todos esos casos, el tipo de derechas: no come carne, hace una vida completamente normal, se pone a buscar un nuevo empleo, cambia de canal o apaga el televisor, no va a la iglesia, busca el modo de ganar más dinero o ahorra, lee y reenvía el escrito a sus amigos —si le gusta, pues si no, deja de leer y no lo reenvía— y, por último, no deja que nadie se interponga entre él y su propia felicidad.
En los mismos supuestos, el tipo de izquierdas hace campaña en contra de los alimentos cárnicos y, si por él fuera, prohibiría su consumo; si es homosexual, hace apología de sus preferencias, va a manifestaciones de “orgullo gay” y acusa de “homofóbicos” a quienes no piensan como él; si pierde su trabajo, se queja con el sindicato, organiza marchas, manifestaciones y huelgas; si no le gusta un programa televisivo, lo denuncia en los periódicos, la radio, etc., y se une a algún partido para promover su causa y cerrar definitivamente el canal; si es ateo, se burla y persigue a todos los creyentes, denuncia a la institución que exponga un crucifijo, protesta contra cualquier signo de identidad religiosa, exige que se prohíba la Semana Santa, peregrinaciones, etc.; echa la culpa de su fracaso o mediocridad a la burguesía y luego se afilia a un partido político en donde pueda “beneficiarse”; después de leer este escrito, se enfada y acusa de fascista y retrógrado a quién lo ha escrito; y, por último, este personaje no sólo no va tras su felicidad, sino que persigue arruinar la felicidad de los demás.
Pues esto que he escrito o copiado —usted decida— es aplicable a cualquier morenista de medio pelo. Le pongo un claro ejemplo: ¿cuál fue el “pecado” de Eugenio Derbez que tanto escándalo ha producido estos días?
Se le ocurrió decir que “no estaba seguro de que AMLO fuera la mejor opción”; un ciudadano, mexicano, emitió su opinión, personal, sobre un asunto relevante, de naturaleza pública. ¿Cuál fue la reacción de ese colectivo intensito? Llamar al boicot de su más reciente película: “Hombre al agua”.1
Lejos estoy de defender a Derbez, me cae gordo; pero creo que tiene todo el derecho de opinar como le dé su gana sobre cualquier tema sin correr el riesgo, menos tratándose de un asunto político, de que lo condenen por ello.
Si así están las vísperas, imagínese las témporas. Por cierto, vaya a verla, pero ya sabe: cómprese la soda afuera.