Estados Unidos y Corea del Norte celebran hoy una histórica e inesperada cumbre con la que aparcan casi siete décadas de enemistad, marcadas por una cruenta guerra y por fases de tensión que alcanzaron un punto álgido hace apenas un año.
Estas conflictivas relaciones tienen sus raíces en la división de la península de Corea y el nacimiento del régimen dinástico de los Kim en los albores de la guerra fría, acontecimientos que desembocaron en una contienda civil intercoreana (1950-1953) donde también intervinieron EEUU, China y la URSS.
Desde aquella guerra, considerada el primer “conflicto caliente” donde Washington y Moscú compitieron por imponerse en el nuevo orden mundial incipiente a mediados del siglo XX, Estados Unidos y el Norte han intercambiado constantes amenazas y provocaciones que durante el año pasado desataron el temor a un nuevo choque bélico.
Esta reciente fase de hostilidad coincidió con la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump a comienzos de 2017, que marcó el inicio de una intensa actividad armamentística de Pyongyang a la que el nuevo ocupante del Despacho Oval respondió incrementando la presión sobre el país y con insinuaciones de ejecutar un ataque preventivo.
Contra todo pronóstico, los tambores de guerra dejaron paso a un proceso de acercamiento intercoreano impulsado por el presidente del Sur, Moon Jae-in, y facilitado por la disposición al diálogo del líder del Norte, Kim Jong-un, y su suspensión de los ensayos nucleares y de misiles.
La histórica cumbre entre Norte y Sur del pasado abril allanó el camino para el encuentro que se celebra hoy en Singapur entre Trump y Kim, al culminarse con un compromiso para la “completa desnuclearización” de Corea y para establecer la paz permanente en la península.
A pesar del optimismo generado por aquel encuentro de cara a la esperada cita entre Washington y Pyongyang, los preparativos para la cumbre han sido un tira y afloja en el que ha vuelto a aflorar la desconfianza y la aversión entre ambas partes, lo que por momentos dejó en el aire la celebración de la reunión.
Y es que el antagonismo con EEUU es parte del ADN del régimen norcoreano desde que las tropas estadounidenses intervinieron en la península en el verano de 1950 para frenar el rápido avance hacia el Sur por parte de fuerzas del Norte con el objetivo de reunificar el país.
El Ejército norcoreano, comandado por el fundador del país y abuelo del actual dictador, Kim Il-sung, recibió el respaldo de Moscú y de Pekín en un sangriento conflicto contra las fuerzas estadounidenses que lideraban una coalición de la ONU para defender al Sur.
La contienda se prolongó durante tres años hasta suspenderse con un armisticio que no fue sustituido por un tratado de paz, y pese a sus devastadoras consecuencias humanitarias volvió a dejar la frontera fijada en torno al paralelo 38 y restableció el equilibrio de fuerzas entre los dos grandes bloques mundiales.
Para el hermético régimen, que nunca ha reconocido que comenzó la afrenta, las atrocidades bélicas de Estados Unidos siguen articulando su retórica y su propaganda anti-imperialista, mientras que el sueño de la reunificación continúa siendo uno de sus principios ideológicos.
Según los historiadores, Estados Unidos lanzó 635.000 toneladas de explosivos sobre Corea durante la guerra -sin contar 32.557 toneladas del combustible altamente incendiario napalm-, una cantidad que supera a todas las bombas arrojadas en el Pacífico durante la II Guerra Mundial.
La cifra de civiles de la contienda ascendió a los tres millones, la mayoría en el Norte, lo que pudo suponer entre el 12 y el 15 por ciento de la población de ese territorio.
La versión oficial norcoreana de este conflicto asegura que fue iniciado por el Sur junto con sus aliados imperialistas, y lo describe como una lucha contra los invasores estadounidenses a la que se designa como “Gran guerra de liberación de la madre patria”.
El antiamericanismo ha sido una de las principales armas de los Kim para asegurarse el apoyo del pueblo durante casi siete décadas y tres diferentes líderes: Kim Il-sung (1953-1994), Kim Jong-il (1994-2011) y Kim Jong-un (desde 2011), según la mayoría de los expertos.
La dialéctica de David contra Goliat, la resistencia ante el enemigo invasor y la necesidad de ser autosuficientes son los argumentos que el régimen ha utilizado para mantenerse en el poder y emprender una escalda armamentística culminada por el actual líder, Kim Jong-un, quien ha declarado al país como una potencia nuclear.