En Xaltepec, sólo quedaba una esperanza: encontrar al bebé de dos años que los perros rescatistas no han dejado de buscar
Abrazada a su bebé de un mes. Así murió, sepultada, Antonia Orozco cuando las fuertes lluvias de la ya disipada tormenta “Earl” desgajaron el cerro y arrasaron su casa en Xaltepec, una de las comunidades más afectadas por la tormenta que dejó al menos 45 muertos en México.
En este poblado enclavado en las montañas de Puebla (centro), donde hay casas completamente anegadas y calles llenas de escombros, llovió este fin de semana lo que normalmente hace en un mes, provocando un gran alud en el que fallecieron al menos 11 personas, ocho de ellas menores de edad.
Con espesas nubes grises tapando aún sus cimas, este lunes, perros de los cuerpos de rescate seguían buscando entre el lodo a un bebé de dos años reportado como desaparecido mientras la suegra de Antonia, Alberta Negrete, iba y venía entre el lodo tratando de rescatar las pocas pertenencias que le quedaron en su casa anegada.
Alberta, una indígena náhuatl de 62 años, tenía la mirada pérdida. Apenas podía recordar como se salvó.
Con el alud de tierra y agua, que llegó de un momento al otro la noche del sábado, “se fueron mis cuatro hijos, mis tres nietos y una nuera”, relató la mujer, de aspecto frágil, antes de romper en llanto.
Antonia, su nuera, “tenía abrazado a su bebé de un mes” cuando la sacaron muerta del lodo, recordaba.
– Gritos de auxilio –
Aunque “Earl” llegó a ser un huracán de categoría 1, entró el jueves a México como tormenta tropical, disipándose rápidamente. Sin embargo, causó fuertes e ininterrumpidas lluvias en el sur y este del país que dejaron 32 muertos en la sierra de Puebla y 13 en la de Veracruz (este), la mayoría sepultados por deslaves de tierra.
En su casa, muy cerca de la que quedó habilitada para velar a los muertos, una fila de vecinos y familiares la ayudaban a recuperar sus cosas, aunque todo estaba inservible: los colchones tenían lodo por dentro, los platos estaban rotos y no quedó rastro de sus pocos documentos.
Al lado de su casa, dos mujeres de más de 70 años, con brillantes faldas azul y verde que contrastaban con el barro, intentaban limpiar el lodo a una cuantas varillas de acero de construcción que sobrevivieron al embate del alud, que afectó casi un kilómetro de este poblado de Huauchinango, a casi 200 km de Ciudad de México.
Aunque en su familia nadie murió, el recuerdo de los gritos de auxilio de sus vecinos les impedía casi hablar por el llanto.
La noche del sábado “fue muy triste. La gente gritaba, pero no podíamos hacer nada”, dijo Enriqueta Domínguez con la voz quebrada y limpiándose las lágrimas de sus diminutos ojos negros.
“¿Qué íbamos a hacer con el río aquí, el río allá? ¡Estaba por todos lados!”, evocó.
Los lugareños buscaban este lunes cualquier cosa que pudiera volver a ser usada, pero los colchones que quedaron sobre las calles llenos de tierra mojada o los zapatos impares estancados por doquier eran una muestra de que esa búsqueda será probablemente poco exitosa.
En Xaltepec, sólo quedaba una esperanza: encontrar al bebé de dos años que los perros rescatistas no han dejado de buscar.