Las calaveritas de azúcar o amaranto, además del pan de muerto, son protagonistas en estas fechas en las que celebramos a los fieles difuntos. Estas tienen su origen en las culturas mesoamericanas, de acuerdo con el portal de la Secretaría de Cultura del antes, Gobierno Federal.
La muerte para estas culturas era solo la conclusión de una etapa de la vida que se extendía a otro nivel. Los cráneos de las personas fallecidas eran conservados y mostrados en diferentes rituales como símbolo del fin de la primera etapa.
El altar de las antiguas culturas era llamado “Tzompantli” y estaba adornado con cráneos de las personas que habían sido sacrificadas en honor a los dioses, los cuales eran ensartados por medio de aguajeros que se les hacían a los costados.
Con la llegada de los españoles y la evangelización, los cultos y ritos que iban en contra de las creencias de la religión católica fueron prohibidos, pero en muchos casos ante la resistencia de los pueblos indígenas de eliminarlos decidieron sustituirlos.
De esta manera surgieron las calaveritas de azúcar y el pan de muerto. Las calaveritas de dulce se elaboran con una técnica traída por los conquistadores llamada “alfeñique” que es una mezcla de azúcar, clara de huevo, gotas de jugo de limón y una planta llamada “chaucle”. Se dice que esta técnica es de origen árabe, adoptada por los españoles y traída a México en la época de la conquista.
Hoy en día es una costumbre poner estas calaveritas en los altares de Día de Muertos para honrar a los que ya no están. Puebla, Guanajuato, Estado de México Michoacán y Oaxaca son algunos de los principales productores de alfeñique. Es tanta la importancia de éstos que en Toluca se realiza cada año, a partir de la segunda semana de octubre y hasta el 2 de noviembre una feria dedicada a esta delicia.