Nos encanta asimilar, equiparar, la política de México con la de Estados Unidos, más aún después de las recientes elecciones en ese país que tuvieron un seguimiento popular en México como ninguna otra realizada antes en EU. Ese seguimiento lo hicimos tropicalizando los comicios, y los personajes, jugando sin grises, polarizando los conflictos y asemejando a nuestros potenciales candidatos del 2018 con los que competían en la Unión Americana. Así López Obrador sería una suerte de Donald Trump tabasqueño, Margarita Zavala sería Hillary Clinton, y ahora, gracias al ingenio de la gran reportera que es Ivonne Melgar, José Narro Robles sería nuestro Bernie Sanders.
Todo está muy bien, el único problema es que ninguno de los tres se equipara en realidad al personaje propuesto, hay varios otros jugadores de cara al 2018 y nuestro sistema político y de partidos no tiene nada que ver con el estadunidense. Dos puntos esenciales que hacen toda la diferencia: primero, si los comicios del 8 de noviembre hubieran sido en México o con el sistema mexicano, Hillary sería la próxima Presidente de Estados Unidos porque fue la que ganó el voto popular, tuvo más sufragios que Trump; difícilmente tendrían los republicanos una mayoría tan cómoda en el Congreso y tanto el Partido Liberal como el Verde hubieran alcanzado representación parlamentaria.
Segundo: la disputa en Estados Unidos se da en realidad entre dos candidatos que no necesariamente responden a sus estructuras partidarias, el que gana (aunque no gane el voto popular) se va a la Casa Blanca y el partido perdedor sabe que su opción se renovará automáticamente en cuatro años. Es un sistema eminentemente bipartidista. La única posibilidad de movilidad se da en la lucha interna de cada uno de esos partidos por las candidaturas. Trump no es en realidad republicano y Sanders tampoco demócrata. Buscaron la candidatura por esos partidos porque era la única opción para competir. Hillary sí era una auténtica representante del Partido Demócrata, y quizás por eso perdió.
En México vamos a tener cuatro candidatos competitivos en 2018. López Obrador, que será el candidato de Morena, no es Trump. Nadie me podrá acusar de ser un entusiasta de Andrés Manuel, pero la comparación no es justa. Comparten el mismo gen populista y autoritario, con la diferencia de que en México hay menos contrapesos que en Estados Unidos para el Ejecutivo, pero López Obrador no es racista, no lo creo misógino, mucho menos un empresario metido a política sin experiencia alguna de gobierno. Creo que López Obrador es un político con muchas millas recorridas mientras Trump está descubriendo lo que es el poder. AMLO en algunos temas puede ser más progresista que Trump y en otros más conservador. Hacen política de la misma forma y con instrumentos similares, pero sus objetivos son diferentes, aunque compartan eslóganes y métodos, como ocurre con todas las expresiones populistas que hemos visto estallar en los últimos años, desde los jóvenes de Podemos hasta Silvio Berlusconi.
Tampoco Margarita es Hillary. Por supuesto que existía un símil de género: si gana una mujer en Estados Unidos puede ganar en México. Y era verdad. Pero si vemos lo que está funcionando en el trabajo de Zavala es, exactamente, lo contrario de lo que falló con Hillary: si ésta era la representante del establishment y de la dirigencia partidaria, Margarita está intentando de todas formas jugar por fuera, ser la candidata del PAN, pero mostrarse como lo más independiente posible. Si Hillary no convenció a los millennials, ése parece ser hoy el apoyo más sólido de Zavala. Si a Hillary la perseguían las acusaciones, reales o no, de corrupción, según las encuestas a Margarita la perciben sin negativos (en la encuesta de medios que se publica en El Financiero, se ve que Margarita no tuvo una sola nota negativa en todo el mes de octubre, algo imposible para cualquier otro aspirante). En varios temas, seguramente Hillary es más dura o más liberal que Margarita, quien frente a los 30 años en el centro del poder mundial de la señora Clinton, parece una outsider aunque haya sido militante, legisladora y haya habitado Los Pinos seis años. Pero, precisamente, eso es lo que la hace atractiva para una parte del electorado.
El problema de las comparaciones es que, entonces, no tenemos dónde poner a otros aspirantes: ¿a poco José Narro Robles es nuestro Bernie Sanders? ¿Dónde dejamos a Osorio Chong? ¿Quién sería el personaje equiparable a Miguel Ángel Mancera? ¿Hay alguien que pueda ser asimilado a José Antonio Meade, a Rafael Moreno Valle, a Ricardo Anaya? De algunos de ellos hablaremos el lunes.
Por cierto, la palabra del año según el diccionario de Oxford es post-truth, posverdad en español, impuesta por el triunfo del Brexit y de Trump. Es la palabra que define el fenómeno de que los hechos objetivos sean menos importantes ante la opinión pública que las emociones o creencias personales. La posverdad es el fantasma que recorre en mundo.