En la cocina del Chez Josephine un migrante mexicano da los últimos toques a una ensalada. Listo. El plato va a manos del mesero quien apresura el paso rumbo a la puerta, la empuja y pasa rozando a un guardaespaldas. El cocinero se asoma y como puede, sigue con la mirada ese plato de ensalada verde, —de bolsa, me confesó entre risas—, que llega a una mesa donde está Mick Jagger, su ídolo, el indómito y sempiterno vocalista de The Rolling Stones.
No pensó en acercarse. Seguro despertaría el enojo del patrón y eso pone fin a las salidas temprano para ir a los conciertos de rock en la ciudad, Nueva Jersey o si de plano la banda es buena, viajar a Washington.
Además, dice don José Cortés, “no le hubiera preguntado nada, la emoción te gana, porque pues él es, no se, es algo para mí muy importante”.
Veintiún años después estamos arriba de su microbús, en la Ciudad de México. La luz neón roja nos hace a todos ver más pálidos. Él es el único que habla. Eduardo, su hijo, lo mira con atención igual que Marco Antonio, el cacharpo (los que gritan la ruta cuando están en la parada), su sobrino Jorge destapa otra caguama y la sirve en vasos de plástico.
“Angie” suena en el estéreo. Aprovechamos para tomar cerveza, menos don José y Eduardo, que no beben. No deja de mirarnos con esa sonrisa del que ha vivido muchas cosas. Se la suelto otra vez: “¿De verdad no le hubiera preguntado nada? Es su ídolo”.
Empieza serio pero termina en carcajadas: “¿Qué le voy a preguntar si ya sabe todo? De mujeres y de todo. Yo creo que hasta maricones habrá probado este cabrón, ¿o crees que no? Tanta mujer que se le insinúa, ya no se le antojan, a lo mejor hasta hombres”.
Reímos todos. Brindamos mientras don José enciende un cigarro. Mick Jagger se escucha en el Micro del Rock: “But Angie / Angie / Ain’t it good to be alive?”
Quedamos de vernos en la base de microbuses del metro General Anaya, de la línea azul de la Ciudad de México. “¿Dónde vienes?”, pregunta Eduardo. Le digo que estoy a tres estaciones. “Mira, bájate en Ermita y salte, pero apúrate”, dice. Bajo las escaleras corriendo, pasó el torniquete, voy a la salida y ahí están. Primera vez que los miro pero sé que son ellos. Marco Antonio, el cacharpo, me dice con señas que le “jale”. De un brinco subo los dos primeros escalones del Micro del Rock y enseguida uno se da cuenta que no está entrando a cualquier microbús de esta imposible ciudad.
En el principio era el riff y éste es inconfundible: Angus Young desde el Estadio Monumental en Buenos Aires da las primeras pinceladas de “Highway to hell” y no sólo se escucha. Las 32 pulgadas de una pantalla llevan a los pasajeros hasta diciembre del 2009 en Argentina, donde AC/DC dio tres conciertos que luego formaron el DVD Live at River Plate. Y ahora Brian Johnson: “Living easy, living free / Season ticket on a one-way ride”.
Apenas me da tiempo de saludar y presentarme cuando ya vamos avanzando. No sé ni para dónde mirar. Parece un vehículo temático de Los Stones. La icónica lengua roja y diseñada por John Pasche está en el tablero, en el techo, en el retrovisor, incluso arriba de una pantalla de 7 pulgadas.
Algunos pasajeros oscilan impávidos en el vaivén del micro, unos platican entre ellos y cuando a ratos se hace el silencio, miran a AC/DC sacar los alaridos a los fanáticos argentinos, de plano hay quien desde que sube hasta que grita la parada no deja de ver las pantallas. Otros más cuchichean mientras miran los arreglos que hacen único al Micro del Rock. Y cómo no, si de entrada brinca por la calidad del sonido, la pantalla principal con tres más pequeñas, la certeza que a esta banda sí les gusta el rock.
En el techo está tapizada la bandera británica, The Union Jack, un póster enmarcado con fotos de Rolling Stones en concierto, posando, Mick Jagger y Keith Richards abrazados, un sticker de Jim Morrison junto a la palanca de velocidades. Un altar con El Señor de la Misericordia junto al chofer.
Entre el pregón del cacharpo, “súbale, súbale: El Cristo-Santo Domingo-Metro Copilco”, otra vez Johnson, “See me ride out of the sunset / on your colored TV screen”, Eduardo me cuenta que comenzó a manejar desde los nueve años. Ahora a sus 21 cubre un turno del Micro del Rock, la Ruta 34 que va de Santo Domingo al metro General Anaya o Ermita. Desde hace seis años que comenzaron a ponerle creatividad y dedicación a su chamba. Van sembrando de música el camino de los pasajeros que esperan sobre Eje 10 y Miguel Ángel de Quevedo, Cerro del Agua y Xicoténcatl, por el Centro de Coyoacán.
Mientras acelera, espejea y cobra el pasaje, cuenta que primero le pusieron un estéreo normal y un amplificador, después una consola como los demás microbuses. “Le empezamos a meter cosas poco a poco, la bandera era pintada, ahora está con tapicería”, y hay un aerografiado del Guasón interpretado por Heath Ledger. Las pantallas fueron llegando, los decibeles aumentaron, ¿neón rojo y azul?, ¿por qué no?, ¿temático de Los Stones?, pues va.
Luego de una obligada terapia mecánica en el taller, este microbús Ford modelo 1991 se fue transformando, adquiriendo personalidad, llamando la atención de los pasajeros, tanto que algunos pagan de más, se sacan selfies o video, como lo hacen estos tres jóvenes turistas que antes de platicarle a su celular que van rumbo al metro, panean el Micro del Rock, se detienen en los detalles y las pantallas. “Este camión está increíble —dice uno de ellos cuando la cámara vuelve a enfocarlos— puro rock y con videos, muy padre”. Pero bueno, ahora vamos para Bellas Artes.
A los 15 ya manejaba un pesero de su papá, luego un taxi. En un descuido tuvo un accidente y a migrar para pagar la deuda, además, “uno aquí no la hace”. Así fue como don José, a los 19 años con una mochila y una muda de ropa, esperó en el Bordo de Tijuana el cambio de turno de la Border Patrol. Pagó mil dólares al pollero que juntó un grupo de 20 personas. De repente la señal. “Cientos se echaron a correr al mismo tiempo, parecíamos hormiguitas”, recuerda. Y así continuó sin parar hasta llegar al primer poblado y perderse en sus calles.
Empezó de lavaplatos “como todos” y años después ya le había preparado una ensalada con varias hierbas verdes que salieron de una bolsa a Mick Jagger en un restaurante de la calle 42 de Manhattan, “nada extraordinario” dice con la travesura reflejada en los ojos.
Pero de lo que más se acuerda es de los 54 conciertos a los que asistió: The Rolling Stones, varias veces. Deep Purple, Def Leppard, Iron Maiden, a Led Zeppelin sólo con Jimmy Page y Robert Plant, Rod Stewart, Ramones, Scorpions, AC/DC, el “alucín” de Pink Floyd en Coney Island. De México vio a La Maldita Vecindad y al Tri. Y quizá por eso su álbum favorito es Get Yer Ya-Ya’s Out!, de Los Stones, grabado durante su gira por Estados Unidos en 1969.
El camino sin reversa comenzó a los siete años. Aunque su papá era fanático de las rancheras, algunas veces ponía un disco en inglés que después supo era Creedence y a partir de ahí comenzó a saber de grupos de música que después supo se llamaba rock. A los 14 ya no había marcha atrás. Era rockero y como un mantra, “los Stones siempre me han latido gacho”.
The Union Jack está fija en su memoria desde la infancia. Un conocido rocanrolero que tocaba en una banda de su barrio la traía pintada en el cofre de su “camionetita Guayín”, de ahí viene la fijación de ponerla en el techo del Micro del Rock, parece nada es gratuito, como no lo es que su instrumento favorito es la guitarra, y su favorito por encima de Jimmi Hendrix es Jimmy Page por “cómo la hace llorar”.
Aunque se juntó con amigos que tocaban en grupos no pudo aprender porque desde siempre tuvo que trabajar. De ellos recuerda cuando alucinados bailaban sintiéndose Jim Morrison, otro que todo el tiempo andaba vestido como Elvis Presley y uno más que a la fecha sigue siendo un Bitlemaniaco. En ese tiempo aprendió tapicería y un poco de carpintería, con lo que ahora se hace de un dinero extra con las consolas que le vende a los otros microbuseros.
Y ya son más de seis años acondicionando el Micro del Rock. Lo importante, dice don José, es que la gente vaya cómoda. “Le quité un asiento para que puedan estirar las piernas y pues les pongo música para alivianarles el viaje. Algunos hasta me pagan de más, si se suben unos estudiantes me piden que le suba el volumen, cuando vienen los niños les prendo las pantallas y también les pongo rock (risas), también les gusta el rock a los niños”.
Depende del turno en que uno aborde el Micro del Rock, pero indistintamente puedes ir escuchando a AC/DC en Live at River Plate, Guns n Roses con Use Your Ilusions, a The Doors, Live en Europe 1968, a Rolling Stones en la gira de 1994, Voodoo Lounge en el Giant Stadium, New Jersey a Eagels en Hell Freezes Over, y así muchos más.
“Yo pongo varios de rock, a veces hasta pop. Uno le piensa y como la gente va a las prisas, hay mucho tráfico, pues le pones música más tranquilita, para que se relajen, unas canciones suavecitas, porque a medio día la gente se pone loquita”, platica.
Una historia en la Gran Manzana: “Andábamos un poco entonados un amigo y yo. Habíamos estado tomando unas cervezas en un bar y nos íbamos a su casa al Bronx. No sabía que ese día se iba a transmitir un evento de Nueva York a Londres. Era verano. Caminábamos, vimos unas vallas y las brincamos. En mero Broadway volteo a la pantalla de la calle 42 y dije ‘ah caray’. De repente se estacionó una limosina blanca y se baja un tipo que empieza a saludar: ‘Pues si a éste yo lo conozco’, pensé. Seguimos pero ya después estábamos tan cerquita de él que llegaron unos policías para hacernos a un lado, lo miré otra vez y pues era el Bon Jovi”.
Las caguamas no han dejado de circular. Estamos en el último vaso. Freddie Mercury canta “I want to break free”. Seguimos con ese rostro en rojo pálido, y al menos yo, algo entonado con la plática y los humores de la cerveza y el rock. Le digo a don José: “algunos andan diciendo que el rock ha muerto”. Se echa para atrás y suelta una carcajada: “Noooo. Hay música que llega, está un ratito y se vuelve a ir, pero el rock no. Cuantos años tiene que muchos grupos dejan de tocar y sus canciones siguen escuchándose”. Pues sí, el Micro del Rock es la prueba.
Fuente : vice.com