Sunday 28 de April del 2024

#Nacionales ”Te encargo a mis mujeres”: 30 familiares se contagiaron, 10 fallecieron

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Hilda Rodríguez Nava, de 59 años, obtuvo el alta hospitalaria por “máximo beneficio” que, dentro de los conceptos de bioética, significa estar frente a un “paciente no recuperable, que no responde a ningún tratamiento y en estado terminal”.

El 11 de marzo, la mujer fue dada de alta y su familia fue informada de que era cuestión de horas para que falleciera a causa de las complicaciones causadas por el Covid-19, una infección respiratoria que contagió a 30 familiares y arrebató la vida de 10, entre ellos su esposo Ricardo Vega, de 56 años.

“Su decir era siempre: ¿se quiere intubar? Y yo les decía que no, ya después me dijeron que ya no tenían nada que ofrecerme, que lo único que podían hacer por mí era intubarme porque mis pulmones estaban colapsados y si no me intubaban, pues no iba a sobrevivir”, relató a MILENIO.

Cuando ingresó a la unidad de cuidados intensivos el 23 de febrero, los médicos especialistas determinaron colocarla boca abajo para facilitar su respiración y la de todos los pacientes con coronavirus y, con ello, incrementar su saturación de oxígeno en sangre.

La técnica de pronación debe durar, conforme a los lineamientos, 16 horas y estar bajo la supervisión de un grupo de enfermeros y fisioterapeutas.

Hilda aseguró que estuvo así por días y con nula movilidad por la venocrisis -introducción de sustancias terapéuticas por la vena- y también por los aparatos que miden los latidos del corazón y la oxigenación, “esta oreja -señala la izquierda- comenzó a supurar de sangre, no mucha y pedía que me dieran a pósitos, intentaba ponerme de lado, pero me decían: ¡pronada!, ¡pronada!”.

“Ya no tienes remedio, tus pulmones están colapsando”

La mujer, quien decidió no dar a conocer el nombre de la institución pública donde se atendió y en la que falleció su marido, recuerda que se negó a la intubación porque uno de los especialistas fue muy claro sobre el procedimiento, “de siete intubaciones, desgraciadamente, siete han fallecido” y otro le dijo “mira, hija, tú ya no tienes remedio, tus pulmones están colapsando y aunque te intubaran, si despertaras de la intubación, tú seguirías mal de tus pulmones”.

“¿Entonces no tiene caso que me intuben? Entonces que me manden a mi casa. Me dice ‘no, cómo te vas a ir a tu casa, vas a llegar a espantar a tus hijos, allá vas a llegar a morir, sino es que te mueres en la ambulancia. Tú ya te vas a morir, de tres a cuatro días tú te vas a morir’, así me dijo”.

En ese momento, Hilda decidió dejar de comer, tomaba un poco de agua porque el alto flujo del oxígeno secaba su garganta. Firmó el documento de que se negaba a la intubación y no desistió a la idea de volver a ver a sus hijos y nietos, “doctor, me quiero ir a mi casa y me dijo ‘¿por qué se quiere ir?’ Pues ya me dijeron que aquí ya no pueden hacerme nada, entonces me quiero ir a mi casa, si me voy a morir, quiero morirme en mi casa”.

Pidieron a sus hijas que prepararán documentos

Los especialistas dejaron de insistir en intubarla y también en atenderla. Incluso, llamaban a las hijas, una de ellas Gabriela, de 32 años, “siempre nos decían que mi mamá estaba muy mal, que no se dejaba intubar, pues que ya preparara los papeles; me decían que para la defunción necesitas el CURP y me hacían toda la lista de los documentos que ellos requerían para la defunción. Me decían: yo no sé si entre hoy y mañana tu mamá ya se me muere, es más, desde ahorita ve y trae los papeles porque ya no tarda en fallecer”.

En 16 días, Hilda desarrolló ataques de ansiedad y de pánico nocturnos: oía quejidos lastimosos, la forma en la que aspiraban, exigencia de cómodo o de un pato (estaba en un área mixta), escuchaba como corrían las enfermeras. No dormía. Su insistencia de irse a su casa y liberar una cama para alguien con mayores posibilidades propició que un comité de médicos se reuniera.

“A mí me dijo el doctor que me iba a dar (el alta) por el máximo beneficio, yo le pregunté a qué se refería, y me dijo que pues que ya no había nada qué hacer y que ya estaba yo para irme a morir a mi casa”.

Un alta “por humanidad”, pero solicitaron a la familia que consiguiera una ambulancia de terapia intensiva, incluso se abrió la posibilidad de otorgar los tanques de oxígeno y de acudir a atención de requerirlo.

Su esposo murió de Covid-19

Hilda llegó a su casa el 11 de marzo, con 160 latidos, con taquicardia y 60 de oxigenación, con apoyo. Usaba 60 litros por minuto, y en un mes bajo a siete litros por minuto, ahora a cuatro litros por minuto, oxigenando a 96. Supo de la muerte de su esposo, con quien compartió 25 años de vida, hasta el 1 de abril cuando se reunieron sus hijas, hermanos y familia muy cercana.

“Sí, fue muy difícil cuando me lo dijeron. Para empezar, cuando me fui yo no sabía que él estaba internado. Cuando llegué y les pregunté dónde está papá, me dijeron que estaba internado; yo no supe que estaba en el mismo lugar”.

Su esposo ingresó el 22 de febrero y falleció el 27 de febrero. Justo al quinto día de estar en el mismo hospital, Ricardo efectuó una videollamada a sus hijas, “yo les dije, qué les dijo. Que él ya había aceptado que lo intubaran porque ya estaba muy cansado. Su voz estaba muy agitada, su forma de respirar era muy acelerada y el estómago se le movía mucho, se veía como respiraba tan fuerte, cansado, tosía”.

“Se despidió con un ‘los quiero mucho, quiero que cuiden a mamá y a Dani’, que es la hija más chica que tengo. A mi yerno también le dijo ‘te encargo a mis mujeres’. Luego no hubo mayor comunicación. Ahora solo tienen las cenizas, pero debido al gran amor de su extensa familia, algunos solicitaron poder tenerlo por días en su propia casa como una manera de despedirse. Él era hipertenso y asmático. Cuando lo intentaron intubar le vino un paro cardiorrespiratorio y ya no se salvó”.

Tiene secuelas como caída de cabello y ansiedad

Hilda realmente pensó que ya iba a morir. Sus hijas la llevaron con el neumólogo Raúl Sansores, quien la intervino con tratamientos costosos, eficaces y con niveles de oxigenación que le han permitido a la paciente movilizarse, aunque sea con precaución, hablar sin fatiga y de manera fluida, “yo a la semana estaba como si nada. Tengo dos meses en tratamiento. Mi hermana sigue con severas secuelas”.

“Yo tengo fibrosis pulmonar, se me cae el cabello, me tiemblan las manos, sigo con ansiedad y taquicardia, no dormía bien al principio. Sé que estás secuelas van a pasar. Llegué a casa muy débil, en el hospital usaba pañal o me llevaban cómodo, no podía pararme, no tenía fuerza para sostenerme de pie”.

Para Hilda apenas empieza el proceso de iniciar su duelo, “haber perdido a tanto familiar y no haber estado presente cuando mi esposo estaba enfermo, en verlo, decirle palabras de aliento, me duele mucho. Esa formas de haber muerto no se la merecía él ni nadie”.

Necesario hacer revisión en hospitales públicos

Hilda está convencida de que en el sector salud es necesario hacer una revisión de los medicamentos, de los protocolos de atención, de la capacitación al personal. Entiende que los trabajadores de salud están agotados, con sobrecarga, “ellos me lo dijeron, tienen protocolos de medicamentos, no pueden pasar de la medicina que les dan”.

Está consciente de que su rehabilitación se dará de manera lenta, “siento bueno así que hagan así. Yo ya no soy del 25 de febrero, sino del 11 de marzo porque volví a nacer, porque dos veces me lo dijeron así de claro, tú ya te vas a morir, de tres a cuatro días te vas a morir”.

“Al llegar aquí (en casa) llegué con la idea de que me iba morir, pero iba a ver a mis hijas, las iba abrazar, a estar con ellas un rato, voy a ver a mis nietos. Voy a estar feliz. Les dije que cuando vean que me estuviera muriendo se salieran. Yo les dije sálganse, no me vean. Déjenme encerrada, cierren la puerta, déjenme sola. No me gustaba la idea de espantar a mis hijas, de que vieran como estaba terminando”.

Pero no sucedió y estar viva tampoco es para demandar a nadie, “la oportunidad que me está dando Dios es para hablar por los que no tienen voz, entre ellos, mi esposo, mis cuñados, mis hermanitos; no es que yo me haya peleado con la muerte, o la muerte conmigo, siento que no era mi tiempo. Siento que es para hablar por mis difuntos”.

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